24/6/11

Post epílogo, post sorpresa final


Epílogo del epílogo:



Bueno…empezaré como siempre, dándoos las gracias a todos de nuevo. Como os dije, la semana fue intensa y llena de momentos fuertes, tanto para lo bueno como para lo malo: La pérdida de un disco duro con material del vivo, el cólico nefrítico, la compra de la Harley y la venta de mi vieja Marauder y la guinda: el accidente de tráfico, que al menos no fue grave, con persecución del culpable incluida.


Y lo conseguisteis cum laude!!!Nos dejasteis flipando a los tres (y porque Óscar y Jose Manuel no estaban…). El tener unos jugadores y amigos como vosotros es impagable…y yo, que me he imbuido en el espíritu práctico romano durante estos cuatro años, no podía menos que pensar en un quid pro quo. Pero…es que como humilde mortal…¿Qué puedo hacer que sea comparable? Pues poco, cosa que lamento, pues os merecéis lo mejor.


Así que dándole vueltas, creo que lo único que puedo hacer, es seguir intentando mejorar en cada vivo, un reto casi Olímpico, no creáis, pues hemos preparado tanto el Roma, que ahora, es difícil superarse. Haremos lo posible e incluso más allá!!! (los cambios al plural son precisos, pues un proyecto así, sabéis que es imposible hacerlo sola). Y si no podemos, al menos que sea igual que el Saturnales por César. Ya lo pensaba antes de la cena del epílogo y por ello, el mismo domingo, Óscar y yo, reventadísimos de sueño, comenzamos con las tramas e ideas locas para el Arde Egeo.


También estoy encantada con las nuevas incorporaciones y espero que este grupillo tan guay, se mantenga unido mucho tiempo, pues podemos hacer muchas cosas juntos. El conocer a nuevos roleros nos hace mejorar y ver otras formas de hacer las cosas, hecho que nos hacer crecer como personas y como jugadores/másters.


Todos sois grandes roleros, joder, nos habéis engañado a todos!!!!!!!!Y estamos curtidos en mil batallas…qué grandes sois!!!!!!! Seguid participando en los foros, blogs, facebook, porque no hubiera sido una experiencia tan memorable sin ese feed back entre


En fin, no me pongo pesada. Óscar suscribe lo que digo, y dice que si por favor puedo llamar al médico, que aún está en shock. Gracias de nuevo y a quemar el Egeo!!!!!!!!!!!!!!!!!


20/6/11

Epílogo de Gordiano


Hola!!!
Cometí un grave error, debido a una serie de ciscunstancias ajenas a mi voluntad, pero los errores hay que subsanarlos. Se me olvidó comprobar si estaban todos los relatos de epílogo y me dejé en el tintero digital el de Gordiano. Así que para que no se quede sin leer, aquí os lo pongo. Por cierto, las chanclas de Marco Antonio y el cinturón de Gordiano, siguen en mi poder, pues aunque los llevé a la cena, con el lío y las emociones, se quedaron en una bolsa, que no vi hasta las tantas de la mañana...recordádmelo en la siguiente quedada, que será para entrega de pjs.
Disfrutad del epílogo y espero comentarios a todo.
P.

Epilogo de Saturnales según Gordiano

“Recuerdos del ayer… pensamientos del mañana”

La templada brisa del Mare Nostrum susurraba en sus oídos mientras sus manos jugueteaban con una “antigua fotografía”. Apoyado en la baranda de la corvita, sus pensamientos se hallaban lejos, en todo lo acontecido durante las últimas Saturnales. Todo fue tan extraño, tan imprevisto… atrás quedaban ya apariciones de lémures, dioses que caminan junto a mortales, águilas robadas y un sinfín de extraños acontecimientos que rodearon la sacra celebración.

Pensó en Amelie, en como le decía “no dejaré que vuelvas a dejarme, aunque tenga que atarte con cadenas…” , en cómo le abrazó cuando le vio a su regreso, en el brillo de sus ojos al volverlo a ver… la había añorado tanto durante sus años en las Galias… Poco a poco la necesidad de volver a verla a ella y a Ático, su querido padre, se había convertido en la fuente de toda su fuerza durante los duros años de guerras.

Su mirada recayó en la fotografía de María.

- Quizás fue esto lo que quisiste desde el principio, quizás siempre trataste de que Amy y yo estuviésemos juntos… la guiaste hacia mi desde donde quiera que estés ¿verdad? – le pregunto a la fotografía susurrando – Nos guiaste desde el día de tu muerte hacia este destino ¿no es así? Siempre quisiste que esto sucediera, que acabáramos enamorándonos el uno del otro. Tu vida era muy difícil para que lo nuestro saliera bien…Siempre fuiste muy inteligente y yo no podía verlo. Deseaba tanto tu amor...

Besó la fotografía por última vez y con un “Gracias” dejo que la brisa marina la guiara hasta posarla sobre la superficie del tranquilo mar, que mecía la embarcación.

No sabía que les depararía el futuro, el destino que ellos mismos habían elegido quedándose en este tiempo. Era consciente de todo a cuanto Amy había decidido renunciar y por ello estaba decidido a hacer que ese sacrificio mereciese la pena. Entrarían a formar parte de la historia de Roma juntos. En los siglos venideros se recordarían dos nombres como si de uno solo se tratase. Gaia Pomponia Lépida y Gordiano Pomponio Lépido.

- -Mi señor, pronto arribaremos a la costa. – dijo el rudo capitán a su espalda sacándolo de sus pensamientos.

En el horizonte se divisaba ya con claridad la tierra que supuestamente les vio nacer a él y a su hasta ahora hermana, Grecia. Pronto regresaría a Roma junto a ella y su “padre” Ático, en posesión de los documentos que demostrasen que en realidad no eran hermanos, sino que Gaia fue acogida por su familia, cuando a penas era una recién nacida.

No le resultaría difícil falsificar los documentos, cosas mucho más complicadas había realizado en sus años como espía y ladrón. Además contaba con el oro, mucho oro y amistades como la Sibila.

Metió su mano en el bolsillo de piel que colgaba de su cinturón y sus dedos rozaron el frío acero de su Browning High Power e inmediatamente un terrible recuerdo inundo su mente… Casio… lo volvió a ver tirado sobre el banco del despacho de la villa, destripado como un vulgar rufián. Cayo Casio Longino, juntos habían salvado a más de 500 hombres de una muerte segura en Carrhae, asesinado vilmente mientras estaba desarmado.

Jamás se perdonaría el no haber dedicado un instante a escuchar la petición de ayuda de su amigo. Seria algo que le atormentaría el resto de sus días.

Pero las cosas no quedarían así, la venganza era un plato que él ya había degustado y estaba dispuesto a volver a hacerlo. En su Browning quedaban cuatro balas y al menos una de ellas ya tenía un nombre grabado con sangre, la sangre de Casio…

…Antonio.

17/6/11

Epílogo oficial parte I


Hola a todos!!
"El sueño en Roma se ha acabado. Atia se despierta con resaca y vé que a su lado no yace sino el que fue Pompeyo. Y hemos vuelto a la realidad."
Nooooooooo, que este no es el epílogo, aunque casi podría haber empezado así. Pero quería que fuera algo vuestro, pues la tarea de los másters ya acabó y ahora, el vivo es de todos. Precisamente por ello, no os di indicación clara de cómo quería el epílogo y cada uno lo ha hecho a su forma. Unos, narráis conclusiones, otros, hechos curiosos dutrante la partida, unos lo habéis hecho roleados y otros no. Ha sido genial leerlos, aunque muy difícil cuadrarlos todos juntos. Perdonad los cambios en las formas de narrar, pero creo que todos son interesantísimos de leer, incluso vuestros propias palabras, pues al interaccionar algunas tramas con otras, he tenido que modificar ligeramente alguna cosa, aunque no demasiado. Irá en dos partes, por su volumen.
Espero que disfrutéis con la lectura, lo guardéis con cariño, os sorprenda en un par de momentos y lo comentemos todos los asistentes a la cena del sábado a las 21 h en el Club de Atia. (Recordad que es de sobaquillo, yo pongo bebida y papas y vosotros traéis bocata o similares y si alguien tiene sillas plegables, molaría que las aportara. Los que no podáis venir, seréis recordados también e intentaré que los vídeos se suban a algún sitio enseguida.)
Me gustaría que el blog y/o Facebook echaran humo con vuestras opiniones!!!
Nos vemos en el Egeo!!!!!!
P.



Villa Atia, noche de Saturnales:

Después del confinamiento de Saturno, Cornelia Metela quedó libre de las ataduras de la Sibila. Sin embargo, el peso de una carga que se veía incapaz de soportar cayó sobre sus hombros: había fallado a su dios, a su familia, a los fieles de Saturno y a su esposo. Era probable que tuviese que hacer frente a un juicio que dañaría profundamente su dignitas y era seguro que los esbirros de las adoradoras de Venus acabarían con ella. No podía volver a la sociedad romana y no se consideraba digna de que los suyos la defendiesen de las garras de sus enemigos. Cornelia había fallado a todos a los que amaba, y ahora estaba sola. La muerte era la única opción que tenía para escapar del dolor, pero en la habitación de su esposo le costó encontrar un objeto que le permitiese acabar con su vida. Hasta que un cuenco de color rojo brillante y finamente decorado captó su atención. La optimate lo lanzó al suelo con furia y el cuenco se rompió en cuatro grandes pedazos con puntas lo bastante afiladas como para poder rasgar su carne.

Y, al recoger el pedazo que consideró más afilado, sintió que su valor flaqueaba. Sintió frío, así que se sentó y puso una manta negra sobre sus piernas. En ese momento recordó a los hombres valerosos de su familia: ellos nunca se habían acobardado ante la visión de la muerte y luchaban y morían valerosamente en el campo de batalla. Y, sin pensar demasiado en lo que hacía se hizo un profundo corte en su antebrazo izquierdo. Cornelia sintió pánico y un dolor insoportable, pero todavía encontró fuerzas para hacer un corte más superficial en el antebrazo derecho. Ya no había marcha atrás. Sintió nauseas por la visión y el olor de la sangre así que, a duras penas, metió sus brazos debajo de la pesada manta negra. Y esperó. Y, tras unos minutos que parecieron eternos, desesperó. En aquellos primeros momentos nada parecía haber cambiado en su cuerpo, únicamente sentía dolor por los profundos cortes. El silencio y la incertidumbre le hicieron gritar de desesperación. ¿Cuánto tiempo tardaría en morir?

- ¿Domina, se encuentra bien? – preguntó un esclavo desde el otro lado de la puerta

- Márchate. –ordenó Cornelia pero apenas un minuto después se arrepintió. Su corazón había empezado a latir cada vez más aprisa pero de un modo desordenado y doloroso. La muerte empezaba a acercarse. Y tuvo miedo. – Llama a Pompeyo, llama a mi marido.

No quería morir sola. Aunque sólo viese en él dolor y desprecio, quería estar junto al hombre al que amaba. Había ofendido a Dios, por lo que no encontraría la paz en el más allá. Las lágrimas que llenaban sus ojos le impedían ver sus últimos minutos en el mundo de los vivos y el olor a sangre impregnaba la habitación. La manta negra cubría por completo el líquido que salía de sus brazos, corría por sus piernas y se acumulaba en un charco que poco a poco iba aumentando de manera letal. Mientras, su piel palidecía y se enfriaba.

Pompeyo llegó bastante conmocionado a la escena. Los sucesos extraños que habían ocurrido en el atrium de la Villa, no habían dejado indiferentes a nadie, ni siquiera a un curtido general, como era él. Detrás suyo, había alguien, pero eran figuras difusas para Cornelia, sólo le veía a él. La tomó en sus brazos e inmediatamente se percató de que algo iba mal. Ella, le miró a los ojos, transmitiéndole todos los sentimientos que la embargaban y Pompeyo, no dijo nada. No era necesario. Tomó sus heridos brazos entre sus manos, mirándola con tremendo pesar pero comprendiendo. En un dulce abrazo, aparentemente imposible para un hombre de su talla y fuerza, la estrechó y escuchó su último suspiro, la llamó varias veces y cerró y abrió sus ojos en tres ocasiones, como mandaba el Mos Maiorum, pero era definitivo: Su amada había muerto.

Una neblina plateada surgió de los pálidos labios: Era el Genius de Cornelia, que partió hacia el Tártaro, en donde su amado Dios la esperaba satisfecho, aunque rabioso con el resto de la humanidad.

Pocos lo sabían pero gracias a la brecha que se había abierto esa noche con el rito y unos años antes, con el desarreglo producido por un aparato Nazi, proveniente de otro lugar y otro momento, Saturno pudo tomar también el cuerpo de su discípula y llevarlo con él.

Pompeyo, anonadado, sólo vio como el cuerpo se desvaneció en la nada más oscura que jamás presenció. Aterrado y triste, fue a buscar a su suegro Metelo, que preguntaba incesantemente por su hija, y solo pudo decirle que ya no estaba entre ellos.

Pompeyo le reconfortó, diciendo que le protegería en el exilio y el optimate, comprendió que sus planes debían de olvidarse y se resignó a su amargo destino.

Los invitados comenzaron a abandonar la Villa, mientras Atia intentaba que los esclavos no huyeran y las cosas volvieran a su cauce. Octavio, que aquella noche había madurado de repente, le ayudó con todo y recibió una mirada de gratitud de la matrona, de esas que no solía prodigar. Pronto, sería educado por uno de los mejores senadores de Roma, Quinto Cicerón, que no sólo tenía fama desde que gestionó la campaña al consulado de su hermano Marco, sino que también era un gran militar. Así, el joven, tendría una educación más completa, que le proyectaría a un futuro más prometedor aún.

En la cabeza de Atia, bullían las ideas y los proyectos, mientras la actividad en la Villa no paraba. Octavio y Octavia en manos de los Cicerón, hecho que les ayudaría enormemente. César, probablemente, incluiría al joven en su testamento y ella, con un nuevo semental en la casa, Nemo, el joven gladiador galo, que a buen seguro iba a conseguir, pues era mucha la suciedad que rodeaba al cónsul Claudio Marcelo. Un divorcio rápido de Octavia, su matrimonio con Marco Cicerón y un buen pacto respecto al esclavo, harían que se tratase al desgraciado cónsul mejor de lo que merecía. Al final de todo, no había sido una mala noche para Atia, pues ni siquiera Calpurnia o Servilia, se habían podido interponer en sus planes. Y tras la falta de Cornelia, quedaría otra vacante en las adoradoras de Venus, que propiciaría que su amada Octavia, entrara pronto en sus filas.

Cuando Atia por fin pudo darse un baño, antes de intentar caer en los brazos de Morfeo, recordó con melancolía y placer las caricias del galo, ansiando más de lo poco que habían tenido la oportunidad de tener. Era uno de los mejores recuerdos de la recepción tan agitada que había habido en su Villa.

Pero en el fondo y a pesar de todo lo malo pasado aquella fatídica velada, sabía que los invitados nunca olvidarían aquella recepción y en su fuero interno, se enorgullecía. Atia sabía cómo ser una anfitriona. Sonrió…

A la mañana siguiente de esa Noche de Saturnalia, cuando Apolo Phebo retomó de nuevo las riendas del cielo, Rufo meditaba sobre los hechos acaecidos hacía apenas unas horas…necesitaba ordenar sus ideas y tomó una tablilla de prácticas de Octavio y comenzó a garabatear…

La mañana amanece cálida, los pájaros cantan, las ardillas corretean por los árboles de Villa Atia, solo un circulo calcinado, pues negro sería decir poco, en la puerta de entrada da a entender que allí algo había pasado. El día anterior había empezado prometedor, justas, gladiadores, juegos, fue un placer ver como los Dioses me daban su bendición para poder ganar en el equipo de Catón, también supongo que algo tendrá que ver el elegido de Marte, Tito Pullo. Me alegro mucho porque lo hayan ascendido a centurión, era algo que se merecía.

Tuve muchas charlas divertidas por la tarde, la de Nemo el gladiador fue una de las más interesantes, le convencí para que montara un Ludus si conseguía la libertad, “yo mismo te haré una ceremonia de inauguración” le dije, la verdad es que quería sacrificar un toro para Marte, excelente animal para una situación así. Estoy seguro que si le dejan libre será un gran entrenador.

También fue divertida la conversación con Mecenas, había hablado con mi esclava momentos antes y le había hecho pensar en una visión bastante diferente de los esclavos de la que él tenia, pero claro un comerciante como él, sólo ve monedas allí donde mire, así es difícil convencer a nadie.

Y llego el gran momento, estaba un poco nervioso, nunca había estado en un ritual de sacrificio con el Pontifex Maximus, todo un honor sin duda, y además con lo más granado de la Republica Romana, los senadores más famosos de toda Roma, sus mujeres, la Reina de Egipto en persona, ¿qué más se puede pedir?, ¿qué más se le puede dar a los Dioses?, y ahí llego el desastre, César clavo su daga en el corazón de la bestia y cayó desplomado a mis pies, poco pude hacer en ese momento, luego recé junto a él, pedí la salvación de su alma a Júpiter y se la concedió. En agradecimiento, Cayo Julio César General de la Decimotercera Legión Romana y Pontifex Maximus, me concedió el honor de darme el dinero para poder pagar una correcta educación para mi hijo. Quizá en Roma y si fuera posible, con un viaje a Atenas cuando fuera algo mayor. El pensar en Atenas, me hizo acordarme de la libertad de mi esclava Kassandra, excelente adivinadora griega y que después de lo que ha hecho esta noche se merece la libertad y mi bendición, para todos aquellos que la rodean. Supongo que con lo bien que se lleva con mi hijo será una magnifica anfitriona cuando estudie en Grecia.

Después del incidente con César, todo fue demasiado rápido, después de que los dioses me hablaran y me contaran lo del culto a Saturno, había que moverse muy rápido para encontrar a los culpables. Gaia parecía la más indicada para ser una cultista, con padre filosofo y hermano legionario, que volvía sano y salvo de varias batallas milagrosamente. Hubiera sido la mar de lógico que hubiera vendido su alma a Saturno, pero no fue así, y con la ayuda de la Sibila logramos entonces ver que era Cecilio Metelo y su hija Quinta Pompeya.

La búsqueda fue despiadada por todo el recinto con la decimotercera y Gordiano ayudándonos pero todo fue muy difícil, las nubes tapaban la luna que nos daba la luz, y las estrellas cambiaban de rumbo con los acontecimientos. Con todo esto, decidí que era el momento de dar un paso al frente y empezar a buscar por mi mismo el escudo de Perseo, aquel con el que destruyó a Medusa. En una de esas búsquedas y notando el mal por la zona de la entrada, me crucé con Marco Antonio y con Cleopatra, la mera visión de Cleopatra siempre era perturbadora para mi, una sacerdotisa de Isis en tierra romana, por alguna razón había algo que no me gustaba, además la Sibila me había avisado que no debía haber un hijo de la relación entre Roma y Egipto, así que los asusté un poco y les hice volver. No era un buen momento para ir solos por el camino y casi sin luz.

El amanecer cada vez estaba más cerca y con ello, yo creo que llegó el peor momento de la noche, unos lemures que presagiaban una maligna llegada y Casio, senador romano que yacía muerto en el despacho donde minutos antes habíamos estado invocando dioses. Mors sobrecogía la casa y hacia que la Pax Deorum cada vez fuera más difícil. Catón le echaba la culpa a Marco Antonio y por ende a César, juntos se reunían en el momento que más falta me hacían, necesitaba el poder del César para invocar el poder de los Dioses al Lituus, mi pequeño cayado mágico de madera. La idea era poder usarlo para encontrar el escudo. Por desgracia el hechizo falló, no teníamos poder suficiente entre todos para hacerlo, aunque por suerte, encontramos los cuerpos de los malvados hijos de Saturno paralizados, porque la Sibila se había sacrificado por conseguirlo.

Más tarde los terremotos empezaron a llegar a la villa, los Dioses me pedían a gritos la Pax Deorum, convoqué a todos los allí reunidos y di por comenzadas las votaciones. Subió al estrado conmigo el cónsul del año, Claudio Marcelo, y empezaron las proposiciones para votación También subieron los hermanos Cicerón, comentaron un pacto de estado, que ya me habían adelantado durante la cena, por el cual César disolvería la XIII, sería nombrado cónsul y no podría ser juzgado por los hechos.

La votación fue bastante favorable, luego se votaron otras cosas con menos trascendencia a mi parecer, como que se le asignara la victoria a Cicerón, que fue denegada o que las mujeres tuvieran más representación en Roma, algo bastante justo y lógico, pero que no llegó ni a votarse.

Luego hubieron unas ciertas acusaciones entre Octavio y César contra el cónsul Marcelo pero enseguida subió Fausto Sila para acusar a los otros, lo normal en el senado romano, y cuando por fin todo parecía que se restablecía, que la Pax Deorum se había conseguido, un mal aterrador hizo sonar las puertas: Saturno en su forma viva, con el aspecto de un hombre extremadamente alto, delgado y fuerte, con la cara desencajada de rabia, chillaba sin cesar con una voz atronadora que iba a ser nuestro fin. El miedo era algo que se mascaba en el ambiente, pero los Dioses nos habían avisado que debíamos juntarnos todos, y así hicimos.

La Sibila, Kassandra, César, Atia, Gaia y yo, hicimos un círculo donde logramos meter al Dios y mandarlo de nuevo al Tártaro, el más profundo y oscuro de los niveles del Inframundo, aunque me pareció entrever a una sombra a su lado y las cadenas que lo sujetaban, ya no eran tan fuertes como antes. Espero equivocarme.

Por supuesto, no lo hubiéramos logrado sin la ayuda de los demás Dioses Olímpicos, porque sino el fin de Roma hubiera llegado. Ya lo pronostiqué cuando avisaron que dos niños habían sido secuestrados, la historia de Rómulo y Remo a la inversa, el fin de la República y de todo aquello conocido estuvo muy cerca, pero por Baco¡¡¡¡, hoy celebramos en el desayuno con vino que la vida sigue, y que los Dioses siempre nos ponen a prueba, así que cuando vuelva a casa, pienso sacrificar al menos 10 reses a Júpiter por ayudarnos, otras tres a Saturno, a ver si así se queda un poco más calmado, 2 elefantes, que ya veré de donde los saco, a Venus, no puede ser que la religión egipcia tenga más importancia que la nuestra propia, y 10 gallinas a Baco, por este vino tan bueno que estoy degustando ahora en Villa Atia.”

Marco Valerio Mesala Rufo MVMR

“Vivir con poco”

Tras poner su firma, lo releyó y vio que nadie debía de leer aquello. Con un gesto firme, rascó la cera y nadie pudo leer jamás aquellas líneas, excepto los dioses, que lo miraban sonrientes, en sus tronos criselefantinos, orgullosos de su papel en todo lo ocurrido.

Tras escribir aquello y tomar un copioso desayuno, Rufo iba recuperando la calma. Su acercamiento a César, le había reportado ventajas, como contar con los Cicerón para la educación de su amado hijo Mesala. Compartiría sus enseñanzas con Octavio, un muchacho maduro y buen romano, de los que tanto escasean en la actualidad. Seguro que harían buenas migas. En cuanto a la bella Kassandra, no sólo había demostrado sus dotes físicas, sino su saber hacer con los patricios y sus conocimientos arcanos. Podría convertirse en esposa de cualquiera, y los dioses saben que si estuviera soltero, no se le escaparía. Pero decidiría ella. Le concedería la ansiada libertad, como mandan las tradiciones de las Saturnales y ella sería por fin, dueña de su futuro.

Mientras, en algún lugar más allá del Rubicón…

(Para leer este fragmento, el autor recomienda escuchar esta música de fondo.)

http://www.youtube.com/watch?v=vl5McGN2L-E

Nieva ligeramente cuando el séquito de César llega al acantonamiento de Illirium donde se haya estacionada la XIII legio Gémina, del senado de Roma, o más bien del Paterfamilias Julio. Las pisadas de los cascos de Genitor, esas curiosas manos, rompen la escarcha acumulada sobre el suelo. Gira la cabeza y ve el símbolo del águila recién recuperado, orgullo de su legión, detrás de el su fiel magíster equituum Lépido, y entre algunos soldados destacados el primum pillum Voreno y el centurión recién ascendido, Pullo. Más allá carromatos de provisiones y Posca seguramente dormitando en uno de ellos, pues son pocos los momentos en los que no es requerido.

César alza la mirada al plomizo cielo, y algunos copos de agua nieve se posan en su rostro, cierra los ojos y su mente se evade a los campo de la Galia, donde todo era más fácil, el enemigo estaba delante y los aliados flanqueándote. Han sido ocho años, muy pesados lejos de su amada Roma, pero extrañamente los sigue añorando.

Cuando llega por fin a los límites del campamento, los legionarios salen de sus tiendas con un clamor atronador, le hacen un pasillo triunfal y vitorean su cognomen, que se convierte en una inusitada tempestad que ovaciona la llegada del águila.

Sabe que estos hijos de la República se merecen un triunfo, pero la gloria de un día es efímera, mientras que una política correcta les llevará a un futuro mejor para ellos y sus familias, es lo mínimo que se merecen por tanta sangre derramada por él y por Roma.

Les devuelve el saludo con una sonrisa en el curtido rostro y los soldados rugen en respuesta. Ni la nieve ni las pasadas penurias de la guerra, son ahora recordadas.

Sale a recibirlo Marco Antonio, su prefecto preferido, al menos hasta las Saturnales, le atiende cortésmente desde su caballo, pero le dice que está cansado, que hablarán después, nota en su cara ansiedad y necesidad, pero no puede ceder, puesto que es sólo parte del castigo que tendrá que afrontar, por tomar sus ordenes de manera tan impetuosa. Realmente le respeta y lo necesita pero no debe tolerar ciertos comportamientos indisciplinados por el bien de los difíciles días que quedan por venir.

La nieve les da un respiro y los soldados poco a poco, vuelven a sus puestos, comentando la llegada de su general y del águila. Desean saber qué destino les aguarda, pero saben que deben de esperar. César pronto les dirá el siguiente paso. Ellos confían en él, tanto como él en ellos.

Entra en su tienda. Un esclavo le limpia los pies con agua caliente mientras se despoja de su loriga, chasquea los dedos y otro desaparece en busca de Posca. Le sirven un vino con miel caliente, y se sienta a degustarlo en un triclinio con actitud pensativa a la espera de su amigo. Posca aparece con unas tablillas de cera.

-“Estos han sido días extraños, necesito reorganizar mis pensamientos Posca, escribe lo que te dicte para que pueda después reflexionar sobre ello…”.

Estamos en el año 1943 d. C., Himmler, un alto oficial del tercer Reich recibe unos documentos extraños de un contacto suyo en la región de la Toscana, donde se están realizando unas excavaciones, parecen ser de hace unos 2000 años y son reflexiones sobre el mas glorioso general romano, Julio César. Ávido de conocimientos, comienza su lectura, aunque el latín no es su fuerte. Cuando termina queda estupefacto, así que las más de 50 páginas en un papiro atado con lo que parecen correas de cuero, son enviadas a un traductor de confianza, para hacer un resumen y presentárselo al propio Führer, puesto que no le coincide con gran parte de lo que se sabía hasta ahora sobre aquella época. Estos son los papiros y sus extractos en alemán, que yacen en un lugar desconocido, puesto que fueron considerados apócrifos, no tomados en cuenta o bien el desvarío de algún loco o algún genio, quien sabe, pues esta historia se perdió en la noche de los tiempos.

Conclusiones de las Saturnales.

-Sobre César.

César pretende hacer un triunvirato junto a Cicerón y a Pompeyo. Con ambos tiene una declaración firmada de colaboración, piensa presentarse en coalición para el consulado del año que viene con Cicerón, el ganar es cosa hecha: por sus propias influencias y las de sus aliados (el poder femenino -Servilia, Calpurnia, Cleopatra-, el de los pensadores –Ático-, el de los augures –Rufo-. Piensa cumplir con todos y cada uno. También con los apoyos de Cicerón (el de la abogacía y los caballeros), además es el hombre más rico de Roma tras su vuelta de las Galias, y tiene unas cuantas legiones a su mando, que siempre son poderes más que convincentes y dan apoyos. Piensa en licenciar sus legiones sí…pero no hasta después de haber sido elegido cónsul. César si algo no es, es tonto y sabe que los optimates tienen ases en la manga de sobra para hacerle morder el polvo ante cualquier descuido. Sabe que tienen una carta o algo que le puede incriminar (la de Casio), pero de ser acusado piensa sobornar a los jueces y utilizar de abogado a Cicerón, con el éxito asegurado, aunque si sus planes iniciales salen bien, no será preciso. Sus legiones serán licenciadas al menos en su mayoría. Pero piensa dejar campamentos dispersos de legionarios pagados por él, para que a una orden suya pueda disponer de 2 o 3 legiones de veteranos, por supuesto la 10ª y la 13ª están en este saco, mientras se hace el remolón con el resto puesto que están muy alejadas de Roma y hay que dejarlas bien contentas. Nadie quiere mas bandidos en las vías de Roma. Si al final nada de esto funciona se retiraría hacia el campamento de su legión y cruzaría el Rubicón. Sabe que no hay poder terreno que detenga al hijo de Venus Victrix, y al campeón de Fortuna.

En su consulado derogará la ley de Pompeyo de 5 años para obtener el proconsulado, en vías de tener Imperium al año siguiente, a la espera que el poder optimate se marchite en sus propias intrigas y corrupción. Según lo que pase se quedara en Roma o marchara de guerras. A Pompeyo le reclutará alguna legión y lo destinará a la Germania, donde podrá ganarse sus triunfos y oro como el gran guerrero que es. Promulgara leyes populares (las que están en su programa) e intentará hacer a sus enemigos sus amigos.

-Sobre Marco Antonio.

César no quiere que sea declarado culpable. Puesto que le salpicaría al final si al final se produce una acusación pretende poner todo su empeño (oro y relación con Cicerón) para declararlo inocente.

-Sobre Servilia.

Le debe una visita, ella le ha estado esperando 8 años y él no pretende decepcionarla, el también la desea y desea la paz que ella le proporciona, eso sí, siempre discretamente.

-Sobre Calpurnia.

La mujer del César no solo debe ser casta si no además parecerlo, para ello la colmará de atenciones y regalos y no hará nada que le haga parecer demasiado sospechoso respecto a sus amoríos, con los límites que suponen la política y sus ambiciones personales. Viajara de nuevo al oráculo donde la Sibila le comentó que podía hacer algo más por que engendrara un vástago.

-Sobre Cleopatra.

La desea y quiere entablar una provechosa relación con ella, viajará a Egipto en cuanto pase su elección a cónsul, para demostrarle la “amistad” del pueblo romano, la favorecerá en lo que pueda mientras sea un quid pro quo razonable, no esta dispuesto a dejarse embaucar por sus muchos hechizos y cualidades que posee. Pero tampoco quiere desperdiciar una oportunidad de una relación con la hija de Isis. No dejará que nadie se entrometa en esta oportunidad. Actuará con todos los medios a su alcance, o es suya (o Egipto) o no será de nadie.

-Sobre Catón y los optimates.

Piensa que están corruptos hasta la medula (los segundos) o que es muy idealista (el primero), alejados de las necesidades y de la realidad que necesita Roma, intentará hacerlos sus aliados mediante el dinero o favores. Pero será muy duro si no cumplen sus exigencias, siempre sin sangre. Piensa en eliminar la corrupción completamente del senado (y de paso a los insidiosos optimates), pero suavemente si es posible.

-Bruto y Octavio.

Lo siente por Servilia, pero Bruto le ha decepcionado totalmente al poner por delante a la republica, antes que a su propia familia y a las tradiciones romanas. Piensa tratarlo como a un optimate más, derogando su favor en Octavio, que tendrá como tutor a Quinto, para que le enseñe las buenas costumbres romanas y que descienda su ansiedad y ambición, así, cuando él falte, será un digno sucesor suyo.

-Mecenas.

Como dijo, no se olvida de él y hablará con Cleopatra para atender a sus ambiciones, siempre que él le apoye en los días que vienen.

-Pompeyo y Cicerón.

Pretende tener un trato justo con ellos y, siempre que no le traicionen, será generoso y ecuánime. Pretende con esto tener unos años de tranquilidad y prosperidad para él y para Roma, como en los tiempos de Craso o incluso mejor.

El Führer no da crédito a los textos que lee, completamente diferentes a la historia que le enseñaron. Le agradece a Himmler su trabajo, pero le dice que puede disponer de ellos. Que se dedique más al ocultismo, que es lo que más le interesa ahora.

Fueron pasando por varias manos, pero nadie los creyó, aunque su aspecto y la inconfundible narrativa de César, demostraba su antigüedad. Al final, cayeron en manos de una bella joven, que tenía los mismos ojos misteriosos de su madre y la astucia y gran físico de su padre. Los miró sonriente, pues no fue nada fácil conseguir los pergaminos bautizados como “Apócrifos de César”. Los leyó y releyó, mientras una lágrima caía por su rostro y manoseaba un recuerdo familiar. Los guardó bien en una caja de marfil, que consultaba cada cierto tiempo con añoranza, esperando que algún día fueran aceptados por los historiadores.

Roma, diciembre del año 51 a.C.

Marco Tulio Cicerón: No comí nada después de esa última cena en Villa Atia. Tenía el estómago revuelto por los acontecimientos sucedidos en esa velada, y decidí irme inmediatamente tras las despedidas formales con los que aún quedábamos allí. Tuve suficiente tiempo para intercambiar palabras con César y Pompeyo, en algo que definió lo que tal vez sería el futuro. Marco Antonio había huido después de haber sido informalmente acusado del asesinato de Casio. Casio estaba, evidentemente, muerto. Otros habían desaparecido sin dar señales de vida, y Saturno (o la macabra broma de Atia, fuere lo que fuere) ya habían acabado. La reunión había sido parcialmente exitosa, aunque grandes cosas se habían perdido. Casio, amigo optimate, aunque con una relación fría, había muerto. Las relaciones y las charlas mantenidas con él durante esa velada me confirmaron sus buenas intenciones de evitar la guerra contra César a toda costa, y se había puesto de acuerdo en apoyar a los Tulio en sus intenciones.

Hice el camino de vuelta a Roma en silencio. Simplemente le pedí a Quinto que me contara sus planes, ya que me interesaban, tanto como hermano como político. Parecía estar ausente, pero los que me conocen saben que realmente no lo estoy. Tanto Tirón, mi secretario personal como Quinto, mi queridísimo hermano me conocían en ese estado, y sabían que, con el tiempo, se me pasaría. Caminé con la compañía más de lo habitual, ya que no podía estar sentado. Necesitaba ejercitar mi mente, y la única manera era a base de ejercitar el cuerpo. Como de costumbre, entré andando en Roma, aunque esta vez sentía un vacío que, pese a no ser la primera vez, parecía extraño, único. Un estado de solitud en la muchedumbre en el que sólo algunos destacaban. Quinto. Tirón. Tulliola. Incluso Catón, con su apoyo.

No me preocupaba especialmente un ataque directo a Roma, o al menos no aún, ya que había sido suficientemente audaz para vincular a Pompeyo y al Cónsul a mandar alertar a las tropas en Roma, en caso de que Marco Antonio hubiera huido a poner en pie de guerra a la XIII Legio.

Me sentía especialmente culpable de haber ignorado la amenaza de Marco Antonio a Casio, pero era una de tantas que no había suficientes pruebas de que esta vez iba de verdad. Gracias al Cónsul y a Catón había pruebas escritas de esas amenazas, con los que sería más fácil juzgarle. No estaba contento con la actuación de Marco Antonio, pero estaba más enfadado con la posible cooperación de César en el asunto. Era un asesinato innecesario, que no beneficiaba a nadie, y que simplemente ponía más presión en nuestra alianza con César. Además, había acelerado mi plan de acción, cosa que me llevó a mencionar algún comentario del que tal vez me debería retractar en un futuro.

Mi mente divagaba otra vez. El estómago se me revolvía, y no ayudaba el horrible camino en el que me encontraba. Por suerte, no había bebido ningún vino turbio, con lo que descartaba la posibilidad de envenenamiento. Era lo normal. Mi estómago nunca había sido mi punto fuerte. Por suerte, ya estaba más cerca de casa. Ya se la veía ahí, en el Palatino.

Me arrepentía del apalabramiento que hice con Catón de juzgar tanto a Marco Antonio como a César, ya que en ese momento no había hablado aún con ambas partes, ni con mi hermano Quinto, para indagar qué hacer en esa situación. Juzgué de forma errónea que lo correcto sería cortar todos los lazos con César, ya que su testigo en nuestro pacto iba a ser juzgado por el asesinato de un senador romano. Lo que no tenía en cuenta es que teníamos un quinto testigo: Quinto. Él siempre tan atento a las minucias, y siempre preparado para las eventualidades que pudieran suceder. Eso significaba que el contrato con César no se rompía, y por tanto íbamos a apoyar su candidatura a cónsul in absentia. La votación en Villa Atia confirmó esa candidatura, cosa que me alegró. Tengo que reconocer aquí por escrito que la forma en la que dialogó con César es digna de elogio. Veo y tengo esperanza en su futuro en política.

La traición de mis “colegas” optimates fue un duro golpe para mi moral, hecho que me ha hecho plantearme el cortar algunos lazos de amistad. Fausto, Ático y en menor medida Rufo y algunos otros se abstuvieron en la concesión de mi triunfo, y de forma humillante. Estaba solo en la infinidad de Roma. La gente volteaba a mi alrededor, vendiendo y comprando esclavos, guadañas, tintes, ropajes, votos, puñaladas, vetos, rosas. Así era Roma. Un continuo misterio del que he aprendido una lección importante: no puedo confiar en más que en unos pocos.

Al final llegué a casa. Estaba vacía. Preocupado, indagué. Tulliola había muerto.

Lloré.

Tirón estaba para consolarme. Mi único lazo de unión con la realidad se había desvanecido. Mi amor, mi primogénita, mi hija, había muerto a manos de una enfermedad que llevaba tiempo padeciendo. Terencia pensaba que era mi culpa. No estaba de acuerdo con el curso de acción a tomar. Su insolencia se hacía más y más insoportable. Con la muerte de Tulia no me vinculaba nada a ella. Simplemente debería devolver la dote y todo resuelto. ¿Por qué Terencia me culpaba de la muerte de Tullia? ¿Por qué se me culpaba de una acción de la naturaleza? ¿Por qué las mujeres culpan a los hombres de sus propios fracasos? Si ella hubiera cuidado de la pobre Tulliola nada de esto hubiera pasado. No había motivo para retrasarse.

Íbamos a aliarnos con César y Pompeyo, estrechar lazos de amistad con los Julios, y, tal vez, juzgar a Marco Antonio.

Mi intención no era juzgar a Marco Antonio, sino llegar a un pacto de caballeros con él para intentar hacer que se olvidara de su enemistad para conmigo, ya que pese a haber matado al marido de su madre durante la Conspiración de Catilina, imaginaba que una reconciliación era posible aunque el precio a pagar (por mi parte) fuera el ignorar el asesinato de Casio. Si Catón decidía perseguir ese asunto, ese sería su problema. En caso de que se me pidiera, podría llegar incluso a defender tanto a Marco Antonio como a César, ya que eran mis nuevos aliados políticos. A mi pesar, Catón estaría decepcionado conmigo. Por suerte, no sería la primera vez. Ya había cometido un error garrafal con Catón al sugerir, tanteando junto con Casio, Bruto y el Cónsul nuestras opciones políticas, el comprar los votos que él pudiera necesitar para llegar al consulado.

Las memorias de antiguas alianzas y traiciones, abandonos y ostracismo hacia mí me hacían buscar un grupo al que consideraba “mi grupo”. Después de esa reunión no tardé en darme cuenta de que estaba solo, bueno, siempre tendría a mi amado Quinto.

Afortunadamente, después de la aparición de Saturno (o lo que fuera esa pantomima) tuve ocasión de hablar con César y Pompeyo, y parecía que esa alianza era tanto un ejemplo de estabilidad política, como la única solución para evitar la guerra. Buscaríamos el Triunvirato, y contaríamos con los apoyos de los populares y los moderados, las mujeres y los augures, y los artistas y mercaderes como Ático y Mecenas: El triunvirato sería la solución a tomar. No haría contentos a ciertos elementos del Senado (Catón), pero si queríamos evitar la guerra, ese debía ser el camino a recorrer.

El desarrollo de acontecimientos durante esa velada fue afortunado, en cuanto a que ciertos eventos mejorarían la situación de la familia Tulio: Rufo, en un principio, había pedido que hiciera de mentor de su hijo, que acepté encantado diciéndole un “mándale por mi casa del Palatino”. A partir de ahí se convertiría en mi alumno. Mecenas estaba interesado en el método de escritura de mi Tirón, con el que estaba seguro de poder intercambiar influencia para nuestro triunvirato. Ático, desafortunadamente, estaba frío y distante, y aún no sabía el porqué. Tanto Gaia como Gordiano, conocidos y amigos, habían estado distantes. Octavio había obtenido el permiso de su madre para tomar a mi hermano Quinto como mentor, lo que indudablemente estrecharía las relaciones entre familias. La muerte de Tulliola, el desfalco del Cónsul y su posible exilio y, finalmente, el divorcio con Terencia, me permitirían pedirle a César la mano de Octavia, liberándola así de las fauces de ese pervertido Cónsul.

La relación con Terencia había decaído en los últimos años, sobretodo después del exilio, ya que ella seguía echándome en cara que todo era mi culpa. Nunca me perdonó el que no me hubiera suicidado tanto físicamente como políticamente, incluso cuando vestí de negro en el foro y me arrastré pidiendo ayuda. Una escena lamentable, pero me demostró tanto a mí como al mundo que no tenía amigos entre los poderosos, a los que tanto aspiraba a complacer. Ya había estado considerando divorciarme de ella (al fin y al cabo no necesitaba tanto dinero como cuando me casé con ella), y hablé a César de casarme con Octavia, que muy posiblemente se hubiera divorciado de su desgraciado marido. La muerte de Tulliolia, mi amor, cortó finalmente los lazos con Terencia. Octavia sería mi esposa, y nuestras familias estarían más unidas que nunca.

Quinto debería de encargarse de la educación de Octavio y los Rufos, mientras que Tirón se dedicaría a mejorar el sistema taquigráfico con Mecenas. César tenía intención de irse de campaña militar otra vez, y Pompeyo veía con buenos ojos una invasión a Germania.

Ese sería el momento oportuno para dejar paso al otro Tulio. Me retiraría de la política tras el triunvirato, y me dedicaría a enseñar y hacer de mentor a hijos de amigos y antiguos enemigos. También patrocinaría y ayudaría a Quinto a conseguir el Consulado, ya que lo merecía. Pese a no haber conseguido en Villa Atia el triunfo para mí, no estaba desanimado con él. Esa derrota, ese cubo de agua fría a la cabeza, ese despertar a la realidad política había valido más que un Imperio. En el fondo era una victoria personal, que me permitió dar cuenta de la inestable balanza de poderes en Roma.

Los Tulio éramos los solitarios salvadores de la Patria, sin afiliación política, pero con la convicción de que lo que hacíamos era justo y necesario para evitar la guerra civil. Eso no nos convertía en populares, ni en optimates. Nos convertía en Homes Novii. Nos convertía en políticos independientes, movidos por el deseo de la Pax Romana, que lucharíamos con quien hiciera falta, contra quien hiciera falta, con el objetivo de mantener el Statu Quo por el que nuestros antepasados tanto lucharon. No había amigos, sólo la familia.

Aun así, había ciertas cosas que me dejaban intranquilo. Por ejemplo:

¿Qué era esa aparición que todos vimos claramente? Sólo los Cesaristas ayudaron a echar a la aparición de Villa Atia, que oportunamente también ayudó. Apostaría dinero a que fue un plan de César para ver lo magnánimo y bueno que es. A mí no me engañó. O eso creo.

¿Por qué los Metelos acabaron paralizados, o lo que eso fuera?

¿Qué negocios tenía Quinto con Cleopatra? ¿Qué relación tenía Ático con esto? ¿Por qué Gaia había estado tan distante, después de haber charlado con ella durante horas?

¿Por qué la Sibila me comentó, medio riendo, medio seriamente, que estaba muy decepcionada conmigo? Sentí un escalofrío cuando me lo mencionó durante las votaciones, y no tuve ocasión para preguntarle. Hubiera querido mantener una larga conversación con ella, pero me fue imposible debido a los verdaderos problemas que había que resolver en esa velada: mantener la Pax Romana.

No podía aguantar más. No podía dormir, no podía quedarme en casa. Tenía que andar. Paseé por el Palatino, por la villa que perteneció a Clodia. Bajé por la Rampa, y crucé la Subura. Era demasiado tarde ya, y los prostíbulos estaban ya cerrados al igual que casi todos los locales, excepto los de los Collegia Compitalia, en donde vi un par de figuras haciendo una libación a los dioses, pero al que iluminaba la antorcha, no tenía muy buen aspecto y seguí adelante. Encontré por casualidad un antro aún abierto, y pedí un vino. Me revolvió la digestión, e hizo que el mundo me diera vueltas. Salí tratando de orientarme, confundido por las primeras luces del alba. No era demasiado tarde, era demasiado pronto. Catilina andaba conmigo. Clodio andaba conmigo. Craso andaba conmigo. Sus lémures me perseguían por el foro, intentando atormentarme por mi pasado. Intenté defenderme, pero eran demasiado rápidos. No tenía ningún arma tampoco. Algo me golpeó en el costado. Era una de las columnas del Tullianum. Allí estaba yo, de espaldas, bloqueando la entrada. Mi otro yo se giró, sosteniendo a la pequeña Tulliola justo al haber nacido, llorando. Me horroricé ante lo que iba a hacer, e intenté pararme. Catilina se burlaba de mí. Clodio intentaba ponerme la zancadilla, mientras Craso me agarraba de la toga. No pude evitar ver cómo le arrancaba la cabeza a mi propia hija, y cómo luego echaba el cuerpo a un lado, mientras gritaba “Vivió!, Vivió!”, haciéndome eco de mi propio “Viverunt” al haber garrotado a Catilina. Tropecé y me caí al suelo. Mi otro yo me señalaba con el dedo acusador, mi propio dedo, y gritaba “Traidor, Traidor!” Terencia se unió a las burlas, y así lo hizo el grupo de espectadores.

Alguien me abofeteó. Tirón. Me había estado siguiendo desde que salí del antro de mala muerte, y había intentado pararme. A nuestro alrededor había un círculo de gente, mirándonos atónitos. Por suerte no me habían reconocido, o eso creía. ¿Había sido un sueño? ¿Había sido de verdad? ¿Qué significaba?

Tenía el estómago revuelto. Esa era la única certeza.

Mientras, Quinto Tulio Cicerón: Recién llegado a Roma, sumergido en el bien merecido baño caliente para quitarme el polvo del camino recorrido desde Rávena, tras la intensa celebración de la Saturnalia en Villa Atia, residencia y referencia de los Julia, y a falta de varios días para la reunión del Senado, dejo que mi mente se deleite en los eventos que allí han tenido lugar, regocijándome en los detalles.

El reencuentro con mi hermano al que, a pesar de las cartas en la distancia, añoraba profundamente, como a quien le falta una parte de sí mismo. Ese vacío que crea la separación queda cubierto con creces en su presencia… es innegable que la unión de los Tulio es un estado que trasciende la norma de Roma donde, desde hace ya tiempo, no hay hombre que no tema la traición de su hermano, su padre o su hijo. Una vez más, hemos reafirmado nuestros lazos y nos hemos hecho más fuertes con ello.

El reencuentro con mis compañeros de armas, del tiempo que pasé en las Galias, pero sobre todo César, cuya persona me seduce (como a muchos otros, diría yo) y, pese a sus en ocasiones poco ortodoxos métodos, sus revolucionarias ideas pueden devolver a Roma su perdido esplendor. Es digno de un líder como él, el ser capaz de escuchar y comprender los argumentos que existen en su contra, y saber aceptar soluciones de compromiso haciendo concesiones, cuando así se requiere, a quienes se le oponen.

Resultó estimulante ver cómo cambió el cariz de nuestra conversación con César a medida que le exponíamos cuales eran las ilegalidades que el Senado, empujado principalmente por Catón y sus seguidores, esgrimían frente a él; de cuáles deberían haber sido los pasos correctos para no haber incurrido en tal ilegalidad, y cuáles eran las opciones existentes para lograr un compromiso que pasase por evitar cualquier derramamiento de sangre, la guerra civil. Una fructífera conversación desde el momento en que, guiado de nuestras palabras, César pidió la ayuda de los Cicerón y ofreció la candidatura conjunta al consulado a mi hermano.

Y he aquí la propuesta de los Tulio: conseguir que el Senado aceptase la candidatura “in absentia” de César y él, a cambio, renunciar al Imperium y a reclamar cualquier Triunfo relacionado con la campaña de las Galias, así como licenciar a sus tropas. Cuando César aceptó tales condiciones, vi claramente que el cielo se abría ante nosotros mostrándonos el camino hacia una nueva era… y tomamos ese camino.

Gracias a lo aprendido de mi hermano, no me fue difícil construir un argumento que, salvo al inflexible Catón, sembrara la posibilidad de acuerdo con César entre los principales Senadores Optimates (e incluso el actual Cónsul). De hecho, sonreía para mí siempre que, después de dar las explicaciones oportunas a unos y otros, era punto común entre los óptimos el pensar que César jamás firmaría un documento reflejando semejantes concesiones, y era digna de ver la expresión de sus caras cuando, con total seguridad y confianza, les aseguraba que esa no sería una tarea que se me pudiese resistir, siendo más complicado el hecho de que todos los Senadores (incluso los de una misma facción) se pusiesen de acuerdo sobre ello.

Hábilmente expuse todo lo hablado con César, añadiendo ciertos matices que sabía que la facción optimate valoraría positivamente: insistí en que la concesión del Triunfo a Cicerón por la victoria en Cilicia ante los Partos permitiría eliminar de la ecuación una de las pretensiones de César dado que, legalmente, no pueden celebrarse dos triunfos al tiempo y el Senado dispondría de la excusa legal apropiada para negarle el suyo a César. Asimismo, conceder la candidatura “in absentia” le permitiría a César tener inmunidad política hasta que se celebrasen los comicios pero, una vez celebrados éste dejaría de tenerla (salvo en caso de ganar) y podría ser juzgado. Incluso en el “caso peor”, César estaría un año como Cónsul y luego, al dejar el cargo, se le podría juzgar.

Aduje que, incluso en caso de que César promulgara una ley que lo absolviese y amnistiara de las ilegalidades cometidas, tal ley se podría revocar por el siguiente Cónsul, indicando como precedente el caso de mi propio hermano en relación a la conspiración de Catilina. Con ello, bastaba con colocar un “hombre fuerte” como Cónsul colega de César, alguien que no le permitiese ejercer un control absoluto como pasara con el padre de Calpurnia durante el consulado de “Julio y César”, que no tuviese reparos en plantar cara y frenar a César, y siempre bajo el apoyo de los optimates. Para tal puesto, a sabiendas de los reparos que ello causaría, propuse a Pompeyo, dejando que fuesen los propios óptimos quienes lo rechazasen y presentando entonces a mi hermano como alternativa válida dado que, con el apoyo de los optimates y dada la influencia ejercida sobre el sector neutral del Senado por Marco Tulio Cicerón, en caso de ser colega de César siempre dispondría de muchos más votos que éste a la hora de promulgar leyes (o vetarlas). Tal argumento cuajó entre los Senadores, aunque con ciertas reticencias, pues consideraban que César no debería llegar a Cónsul bajo ningún concepto, por lo que proponían montar otra candidatura fuerte paralela a la de César-Cicerón.

Una vez tanteados los senadores, en presencia de mi hermano, del Tribuno Marco Antonio y yo mismo, César firmó el documento que recogía nuestro acuerdo, sellando así un pacto que mantendría la paz en Roma. Fue grato mostrar el documento a los senadores optimates y ver sus caras de incredulidad ante tan tangible evidencia. Al mostrarles el documento, les expliqué que, ante las alternativas expuestas a César, el único al que aceptaría como colega sería a mi hermano, por su supuesta neutralidad; de este modo, forzamos a los optimates a aceptar el acuerdo que permitiría a César acceder al consulado, y a los Tulio subir como la espuma en el escalafón político y social de Roma.

Y aquí de nuevo, Marco me sorprendió con su genialidad, hablando con Octavio acerca de su educación política y sugiriéndole cambiar de tutor, buscando a alguien con experiencia política que le ayudase a mejorar y a prepararse para su propia carrera. Más tarde, mi hermano me comentó tal conversación y me animó a presentarme a Octavio para ofréceme en calidad de mentor, lo que no resultó en absoluto complicado (qué buen maestro he tenido). De esta forma, los lazos entre los Julia y los Tulio se estrecharían aún más, dejando ver a Roma que el consulado con César y Cicerón no era una simple pantomima, sino una solución de continuidad.

Pero no todo camino es llano y empedrado: la muerte de Casio a manos de Marco Antonio suponía un escollo ante todo el trabajo realizado, insistiendo los optimates (con Catón al frente) en culpar a César de ello (aparte de ciertas malversaciones, a tenor de una carta de Craso), tratando de arrastrar a Marco en una conspiración para dejar desprotegido, mediante una argucia legal, a César. Pretendían que una vez César fuese oficialmente candidato y hubiese licenciado las legiones y renunciado al Imperium (y al triunfo), el Cónsul vetase su candidatura, retirándole la inmunidad política y procediendo a su enjuiciamiento… un argumento de lo más pueril pues es obvio que César vería el asunto como una deliberada provocación, retomaría a SU ejército (tal era su influencia sobre los soldados) y se defendería entrando en Roma. Hablé con mi hermano, haciéndole ver los puntos oscuros de las intenciones optimates y acordamos que Marco les seguiría el juego, pero sin adoptar acuerdo alguno más allá del ya firmado con César.

Considerando las conversaciones mantenidas con el propio César y con Pompeyo, Marco y yo vimos claramente la posibilidad de añadir a Pompeyo en un triángulo (junto a los cónsules César y Cicerón) que obtendría la mayoría absoluta en el Senado frente a los optimates y fortalecería aún más la incipiente alianza. Así pues, los Tulio decidimos apostar a caballo ganador y beneficiarnos de ello.

Para garantizar todo esto, Marco y yo sabemos que se ha de anular el veto del cónsul a la candidatura de César, por lo que emplearemos los recursos neCésarios para asegurarnos que la mayor parte de los Tribunos se opongan a él (seguro que César estará muy interesado en ayudarnos durante semejante tarea).

Respecto al asunto egipcio, la reina (todavía con su regencia pendiente) ha resultado mucho más suspicaz de lo que imaginaba. Acudí a ella tan pronto llegamos a Villa Atia y le expuse que, como ella misma podría comprobar, había en Roma muchos intereses que abogaban por la conversión de Egipto en una provincia más de Roma, discurso que había llevado a la dilatación del proceso de ratificación de su entronización; le recordé las incursiones pasadas por figuras de renombre como César y Pompeyo, quienes hicieron caer Chipre escudados en un supuesto documento legal (recordándole que fue mi hermano quien trató de oponérseles).

También le comenté a Cleopatra que había una facción del Senado (los autodenominados óptimos) que ostentaban el poder económico y empleaban sus ingentes recursos para tratar de controlar el poder político, usando los métodos más expeditivos a su alcance para lograr sus objetivos, y que tal facción también consideraba a Egipto sencillamente como el “granero de Roma” (qué bien me vino la intervención de Cecilio Metelo durante el juego de traidores).

Así pues, la visión que le presenté a Cleopatra le ofrecía múltiples frentes hostiles, pero le mostraba una única salida viable, aliándose con el sector “neutral” del Senado (al que mi hermano y yo pertenecemos) y garantizándole un apoyo mutuo: asegurar su regencia a cambio de financiación para mantener la escena política favorable a nuestros mutuos intereses.

Muy segura de sus posibilidades, Cleopatra pidió tiempo para pensarlo mientras consultaba con otras personas. Dado el perfil por mí dibujado, Cleopatra se dirigió al Cónsul (quien ha de ratificar su regencia en última instancia), pero se mostró un tanto ambigua y reservada por lo que el Cónsul Marcelo se volvió un tanto suspicaz, cosa que aproveché para alimentar sus dudas sobre la egipcia y ofrecerme para averiguar más sobre el tema, pidiéndole que no se pronunciase ante ella mientras no tuviésemos claras sus intenciones.

En posteriores reuniones con Cleopatra, le fui haciendo veladas alusiones al testamento de Ptolomeo, dándole finalmente a entender que éste estaba en mi poder y que, con el fin de financiar el proyecto político del que le había hablado, lo usaría de un modo u otro, aunque me decantaba por hacer que siguiese en el anonimato y evitar posibles ataques y revueltas en Egipto. Ella se mostró un tanto crispada (lógico dado que sus intentos de negociación con otras personalidades no estaban resultando fructíferos), pero parecía poco decidida a aceptar mis propuestas.

Mis comentarios a César, a mi hermano y a Pompeyo sobre Cleopatra (acerca de las advertencias del augur Mesala Rufo sobre las intenciones de la egipcia, del intento de obligarme a beber de una copa de forma totalmente sospechosa, y de las ambigüedades y peligros encerrados en su discurso) fueron haciendo el resto, aislándola preventivamente de modo que, al final de la velada, accedió a firmar un acuerdo en los siguientes términos: me entregaría 200 talentos de oro y cedería en usufructo ciertas propiedades en Egipto, que servirían de base para una nueva ruta de comercio de trigo, a menor precio que el pactado con Roma, y con una cantidad mínima mensual garantizada. Este trato comercial preferente se mantendrá indefinidamente, mientras ella ocupe la regencia. Para tal trato comercial, indiqué que Ático sería mi socio y quien dirigiría el negocio, a sabiendas de que él tiene otros muchos intereses en Egipto que le supondrían también un beneficio añadido y que esto me levantaría el pesado cargo de conciencia que tengo por haberle sustraído el pergamino de su biblioteca. Durante las votaciones que se efectuaron al final de la jornada, advertí que Ático sabía ya de mi intervención en la desaparición del pergamino puesto que la propia Cleopatra le había hecho un comentario al respecto del documento que yo atesoraba (en contra de las múltiples advertencias que le hice al respecto), lo que puso a mi cuñado en mi contra (lo que quedó patente en la votación por el Triunfo de mi hermano). Aún así, trataré de razonar con él cuando las aguas vuelvan a su cauce, y trataré de enmendar lo que he hecho y mantenerle a mi lado como amigo, que es uno de los más codiciados tesoros en estos días.

A cambio, me encargaría de asegurar su regencia (cosa no muy complicada, a tratar con el Cónsul Marcelo), buenas relaciones con Roma, y beneplácito sobre el templo a Isis recientemente erigido en el monte Capitolino (asunto del que ya había hablado con Rufo, proponiendo erigir en compensación un templo a Júpiter en Egipto, y celebrar una festividad para familiarizar a la plebe con el templo de Isis y hacer que, de esta forma, no estuviese mal visto).

Para la firma de tal acuerdo se requerían dos testigos por lo que, para evitar que los testigos supiesen del testamento, nos referimos a éste mediante una signatura de referencia, una clave que se escribiría en el reverso del pergamino del testamento para nombrarlo y, al tiempo, mantenerlo en el anonimato.

Por supuesto, Cleopatra y Charmión insistieron en verificar la autenticidad del documento para que el acuerdo fuese efectivo, a lo que indiqué mi total conformidad… en el caso de que señalen su posible falsedad (posiblemente debido al tipo de papiro o tinta empleada, o incluso a su forma y expresión del contenido), indicaría que el documento fue elaborado en Roma por las partes interesadas, dado que se trata de un documento legal de Roma, y en caso de serias reticencias sugeriría la posibilidad de entregárselo a mi hermano para presentarlo durante su consulado con César (lo que supondría un impresionante golpe de efecto para el padre de la patria). Estoy convencido que, aun creyendo que sea falso, Cleopatra mantendrá el acuerdo a sabiendas que Roma no necesita gran cosa para embarcarse en algo tan lucrativo como la ocupación de un pueblo tan rico como el suyo.

Los resultados de las votaciones han resultado muy significativos a todas luces:

- La absoluta mayoría (salvo Catón por supuesto) en la aceptación de la candidatura de César, evitando así una guerra civil.

- La denegación del Triunfo a mi hermano, que le quitó la venda de los ojos definitivamente, viendo cómo los optimates, que buscando su apoyo frente a César se declaraban como “sus amigos”, no le apoyaron, dejándole claro que únicamente lo utilizan como herramienta bajo su conveniencia.

Y como no, en la mente y boca de todos está, que los Tulio han sido los mediadores en una situación tan crítica como desesperada, logrando una solución con visos de estabilidad.

El agua se enfría. La piel de mis dedos está arrugada como garbanzos…cicerones… sonrío ampliamente mientras salgo del baño, me estiro exhalando un suspiro de satisfacción mientras imagino divertido las sorpresas que se llevarán los optimates en la reunión del Senado, mientras la luz de una nueva era inunda las calles de Roma.

Epílogo oficial II

Aquí va la segunda parte del ansiado Epílogo. Alea jacta est.

Esperamos vuestras opiniones!!!!!!


En una encrucijada, frente al altar de Trivia y Viator, en un barrio de mala calaña…

Mientras Quinto Tulio salía de su placentero baño y su hermano se recuperaba de la terrorífica visión, terribles hechos eran comentados por dos hombres muy diferentes. A un lado del altar, un senador, con cierto parecido a un personaje romano de renombre hace unas décadas y por otro, con una antorcha en la siniestra y un odre en la diestra, estaba haciendo una libación con vino barato un fortachón de baja categoría social, con pinta de llevar más de un secreto bajo su túnica. Ambos estaban de espaldas a la calle principal, que bajaba hacia el Foro, quizá porque la situación requería discreción y secretismo. En este momento, hablaba el senador, mientras su mirada, se deslizaba periódicamente de un lado a otro del cruce y el tipo de la túnica, negaba incrédulo con la cabeza.

"De veras Ticio, puedes creerlo o no, ¡Pero por Júpiter Capitolino que así fue! ¡¡SATURNO ENCARNADO!! ¿Puedes creerlo? No me mires así, parece que los Metelos tuvieron mucho que ver -salvando al Magno que no conocía las intrigas de su esposa-. Podría contarte cientos de cosas prodigiosas, tantas que no habría augur capaz de interpretarlas, apariciones y visiones, intrigas mundanas y divinas atribuciones; esclavos, mujeres, hombres comunes y NOSOTROS padres de Roma, SOLOS para decidir el mejor camino para el solar de Rómulo.

Amigo Ticio aquella noche murió Casio, admirador de Mario, sí; algo necio, también; pero un valiente defensor de los derechos del Senado, un Ciudadano. Murió a manos de ese asno asilvestrado que llaman Marco de los Antonio, mano derecha de la `calva´ de las Galias -supongo que ya habrás oído lo de su extraño desvanecimiento, ¿no?-. Esa muerte hundió el acuerdo urdido entre Garbanzos y la casa de Venus... ¿Que acuerdo? Ya sabes cuan peligrosa es la boca de Quinto... Convenció a quien merecía Triunfo y consulado de que renunciara a ambas con la vana pretensión de optar a un consulado futuro con apoyo del Senado. ¿Ríes? Reirías más si supieras que, no contento con esa treta, buscaba disfrazar de Ares Victorioso a su hermano el inquilinus civis urbis Romae... por su conquista de ¿Pindenissus? Si, ya sé que tú tampoco sabes donde está. Entenderás Ticio que una cosa era sumarse al hurto del triunfo de César y otra muy distinta hubiera sido consentir que Marco Tulio se disfrazara de él.

De tan extraña velada, y sin haberme concedido los dioses mayor esclarecimiento, pude sacar en claro el compromiso de Cayo Julio de licenciar sus legiones -extremo que dudo se cumpla para vergüenza de su palabra-; la lejanía de mi suegro respecto a la pretensiones populares y de abandono de su mandato proconsular; y la tranquilidad de que mi nombre no fue mancillado con vacuas acusaciones.

Ah, olvidaba comentarte lo de nuestro amigo, y Cónsul a la sazón, Marcelo... Faltó poco para que el advenedizo sobrino de César lo pusiera en evidencia. Tuve que salir en su defensa -¡si hubieras podido verme!- cuando ya se había mancillado su nombre con difamaciones -muchas de ellas ajustadas a la verdad, pero del todo inconvenientes atendiendo al momento en que nos encontrábamos-. Creo que logré, al menos, confundirlos. En todo caso, amigo Ticio, esta noche tendrás que repartir bien a los hombres. Si las tropas de ese Príapo castrado están donde todos imaginamos será la hora de tomar partido. No dejaremos caer al Cónsul, e imagino que mi suegro estará con nosotros. El resto de optimates, bajo las faldas del "conquistador de Pindenissus" -en las murallas de Jerusalén le hubiera yo querido ver amigo Ticio- , intentarán ver cual es el caballo ganador. No podemos fiarnos. En todo caso dispongo de un capital que reservaba para mi futura carrera y que empeñaré en esta causa. Si Pompeyo, Marcelo y yo podemos neutralizar al Senado, o mejor todavía, ponerlo de nuestro lado, nada debemos temer de la "Reina de todos los romanos" y su XIII legión. Si no fuera así, si las ratas garbanceras persuadieran al Senado para indisponerlo con nuestras pretensiones, en ese caso amigo Ticio, deseo que hagas del recuerdo de la época de Clodio y Milón una etapa de paz. Tomaremos las calles para imponer el orden, no podemos defender Roma sentados en un nido de víboras..."

Oh, Ticio... creo que se acerca alguien, ¡¡Infórmame de cuanto pudiera interesarme y QUE NADIE TE VEA A MI ALREDEDOR!!

¡¡Hola amigo Catón!!...

-Fausto, estoy indignado!!!!La carta de Casio ha desaparecido de mi casa, junto al documento que firmó la noche de Saturnales. Alguien cercano a mí, ha debido de penetrar en mi sanctasactorum y de nuevo, igual que le pasó a mi amado tío con los pergaminos de Saturno, hemos sido traicionados, mancillados. ¿Qué haremos ahora?

-No te preocupes, buscaremos los medios…”

El otro hombre, echando un último trago de vino, se hizo uno con la noche y entró en uno de los lugares de reunión de los collegia de las encrucijadas, pero le hubiera gustado quedarse, para ver el discurso de Fausto con Catón.

En una rica domus, una mujer sonreía mientras quemaba unos documentos…Tras ello, pidió material de escritura y redactó unas cartas: Para Gaia, que sería su nueva pupila, para su amor y una nota para las adoradoras de Venus. Todo había salido según sus planes, exceptuando la testarudez de su amado hijo. Pero aún tenía tiempo…

Paralelamente, muchas cartas y mensajes se intercambiaron en Roma, desde que terminó la velada en Villa Atia…

“Villa Atia, Ravena, Séptimo día tras los idus de Diciembre, 704 AVC

Querido hijo, estoy orgullosa de ti. No sólo me supliste estupendamente durante mi ausencia como anfitriona, sino que además lograste por mí muchas de las cosas que tenía previstas para la gran fiesta: conseguir que te nombraran heredero de tu tío, entre otras. Si es por mí, ¡Calpurnia no va a tener un hijo jamás! y de cualquier otra, sea de la egipcia esa, sea de Servilia no se atreverá a nombrarlo heredero por temor a perder su dignitas, si lo conoceré yo... En cuanto a lo de deshonrar a Marcelo, ¡bien hecho, hijo! (perdona que subiera, pero tenía que hacer como que estaba en contra para que César te escuchara)... aunque esto último todavía tenemos que pulirlo, para cuando deje de ser cónsul, lo cual sucederá en breve. Aunque parezca mentira, creo yo que el estirado de Catón, buena persona al fin y al cabo, nos será de gran ayuda si conseguimos las suficientes pruebas en su contra. Eso sí, me cansa su verborrea. Si puedes, habla tú con él, por favor.

Respecto a tu idea de darle una escuela de gladiadores a Nemo, me parece bien. Realmente me da igual su destino, mi interés en él ya sabes que es puramente sexual, pero es cierto que deberíamos recompensarle, tanto por protegerte durante las Saturnales, como por que nos haya dado pruebas para que logremos divorciar a Octavia de ese memo desviado, así que por mi parte te ayudaré en todo lo que pueda.

Hablando de Octavia, ¿con quién crees tú que deberíamos hablar para que fuera su próximo marido? La verdad es que con toda esta crisis de las Saturnalia, no tuve tiempo en fijarme en posibles alianzas matrimoniales para ella. Una cosa detrás de la otra.

Cambiando de tema, me alegro de que haya acabado todo por fin, pero no debemos dormirnos en los laureles. Si esos cultistas han logrado llegar a una familia tan honorable como los Metelo, podrían estar en cualquier lado. Por si quisieran volver a intentarlo, os he dejado dos medallones de Júpiter a ti y a tu hermana en el templo de Júpiter. No hace falta que le expliques por qué los tengo yo, ya lo haré en su debido momento, pero no debe quitárselo en ningún momento. No me atrevo a volver a Roma hasta que tu tío por fin sea cónsul o quede todo definitivamente aclarado y esos optimates renuncien a encausarlo. Sé que estarás ocupado con las legiones, aprendiéndolo todo de Quinto Cicerón e incluso de Pompeyo. Aunque no sé por qué, me da que cuando se descubra que su esposa y su mayor valedor entre los optimates, su suegro, eran cultistas de Saturno, terminará yéndose a su adorada Hispania y olvidándose de Roma, ¡por fin!

Desde luego, como anfitriona esta fiesta ha resultado un desastre, pero claro, ¡cómo iba a saber yo que había semejante conjunción astral...! No te imaginas la de trabajo que han tenido los esclavos limpiando sangre, harina...

En fin, por muy desastre que fuera, logramos impedir que Saturno volviera y creo yo, hijo mío, que logres lo que logres en esta vida, es lo más importante que podemos haber hecho en esta vida.

Besos y abrazos, tu madre. Atia.

A lo que no tardó la respuesta…

“Madre amadísima,

Perdona en primer lugar mi tardanza en responderte, pero como sabes desde lo ocurrido en Ravena las tareas se me agolpan.

En segundo lugar te agradezco los cumplidos, pero no hice nada que no haya aprendido de ti, Madre. Cumplí con mis deberes de anfitrión de la mejor manera que pude, a pesar de que esos viejos chochos de los Optimates hicieron lo posible por desacreditarme en más de una ocasión.

Como bien dices el tema del tío Julio está solucionado. Estuvo encantado de firmar un documento declarándome su heredero tras salvar su dignitas con el asunto del águila y el de su enfermedad. Este último asunto nos favorece además, ya que podremos usarlo en el futuro si resulta necesario.

En cuanto al tema de Marcelo es ahí donde más dudas tengo y el motivo de mi desaparición en estos últimos días. Aunque la acusación formal no se presentará hasta que pase su mandato el mes que viene, he empezado a agitar el avispero. He desembolsado una pequeña fortuna en oro para pagar a varios oradores y a diversas figuras públicas de Roma, con el fin de que difundan lo que descubrimos gracias al gladiador. No creo que pase mucho tiempo antes de que el pueblo pida su cabeza y se vea obligado a renunciar al Imperium.

Respecto a Pompeyo creo que tienes razón, y debemos atacarle utilizando las relaciones de su esposa, haciendo hincapié en que solo un estúpido o un viejo senil puede haber sido engañado de esa forma por su propia esposa... creo que mi bolsa mermará aún un poco más antes de que esto termine, pero la causa bien lo vale.

Cambiando de asuntos debo decirte que aún no he comenzado las clases con Quinto, ya que como te comentaba he estado ocupado afianzando lo conseguido con los últimos acontecimientos. Le escribiré hoy mismo para subsanarlo, ya que aunque sus ideales sobre Roma distan de ser los míos, podré aprender mucho de él.

Y por otro lado mi entrenamiento militar deberá posponerse un tiempo, ya que antes debo terminar mis estudios y he recibido una invitación para visitar Egipto de la mismísima reina Cleopatra. Creo que es una oportunidad que no puedo despreciar. Creo que a la larga será más provechoso. En cualquier caso, creo que cuando lo comience resultará sencillo, sobretodo si mi deseo de servir en la Decimotercera legión se ve satisfecho. El centurión Tito Pullo aún está en deuda conmigo como sabes. Le ofreceré a Quinto que me acompañe a Egipto, para tener a algún romano cerca y quizá, pueda terminar así unos asuntos con Cleopatra, pues fueron los primeros que me solicitaron un despacho para entrevistarse.

Ahora me despido de ti, querida madre. Prometo mantenerte informada y encargarme del asunto de los medallones: no pienso facilitarles a esos cultistas el que vengan a por mí.

Abrazos,

Octavio”.

La pluma ya estaba caliente, y el joven Octavio se puso a la primera tarea que le había comentado a su madre, ponerse en contacto con su nuevo tutor:

“Estimado Quinto Tulio Cicerón,

Quería enviarte esta nota para agradecerte los consejos que tan amablemente me diste en la reciente reunión en la villa de mi madre en Rávena.

Quería que supieras que lamento haber tenido que dejaros de lado con el asunto de Cayo Marcelo, pero espero que comprendas que no podía permitir que mi dignitas se viera comprometida por los actos deshonestos de este individuo hacia Roma y hacia mi familia, en la figura de mi hermana.

Y espero que sepas disculparme si en algún momento mis palabras no fueron las adecuadas. Como bien dijiste, aún tengo mucho que aprender, y no se me ocurre mejor ejemplo que tú de como llegar a ser un hombre valioso para Roma.

Espero que tu ofrecimiento para ser mi tutor siga siendo válido, ya que lo consideraría un gran honor. Incluso he pensado en que podrías acompañarme a mi futuro viaje de estudios a Egipto, con lo que podrías terminar los asuntos que comenzaron en Villa Atia con la reina egipcia. Pero ya lo hablaremos en persona.

Con todo mi aprecio,

Cayo Octavio Turino”.

-Ya sabes, esta directa a mi madre, la otra a la domus de Quinto Cicerón, no te equivoques de hermano, que eres un desastre a veces, y lleva de una forma muy discreta esta nota al Gladiador Nemo, que aún reside en casa de Marcelo, nadie en la domus debe de enterarse de ello, a riesgo de tu vida…y de la de ese pequeñajo, al que acabas de dar tu nombre: “Nemo, Te envío esta nota para hacerte saber que pienso mantener nuestro trato, por lo que debes resistir durante el interrogatorio y ser fiel a lo que me contaste.

Al final del camino te espera tu premio, ya me estoy encargando de ello. Confía en mí.

O.”

Mientras, en Britannia …

Me faltan palabras para describir todo lo ocurrido esta noche, he pasado años obsesionada en hallar el modo de vuelta ha casa, he rezado todas las noches para sentirte a mi lado querida abuela. He rezado a todos los Dioses posibles para que me perdonarais, que perdonarais mi atrevimiento en desobedeceros aquella fatídica noche. Bien es cierto que en ningún momento creí que los advenimientos que iban a ocurrir fueran tan … Lo siento abuela no puedo expresar todo esto, sería injusto intentar engañarte diciéndote que en todo momento luché por volver a casa, pues una parte de mi deseaba quedarse en esta nueva vida, una parte de mi descubrió el significado de la palabra amor . Sí abuela, encontré un amor como el de los cuentos de Dierde que tanto gustaban a mi madre. ¿Los recuerdas, querida abuela? Pero no puedo sentirme feliz por ello, debido a las faltas que he causado.

Nada más despertar en este nuevo mundo, supe que no ibas a estar más a mi lado e intenté sentirte, oh! Abuela, te añoré no sabes como, pero nunca estuve sola. Tuve a Monty, ahora llamado Gordiano, siempre a mi lado, y encontré a un hombre bondadoso que desde un principio nos trató a Gordiano y a mí, Gaia, (elegí este nombre por su significado, abuela, Gaia es Tierra en griego, y era una forma de no olvidar mis raíces, aunque ahora mis raíces están lejos de mi alcance…) como a sus propios hijos. Un hombre que tanto tú como mis padres hubierais apreciado. Fue tal el amor y afecto que nos dio que con el transcurso de los años acabamos llamándole padre, y sé que mi padre se hubiera sentido muy orgulloso de esta comparación. Pero abuela, los acontecimientos de esta noche han sido terribles.

Llegamos a Villa Atia, intentando calmar la tensión que se avecinaba, pues ya sabemos que una guerra está a punto de ocurrir, sé que nos tendríamos que haber mantenido al margen pero recuerdo perfectamente una de nuestras máximas como druida: Sirve a Dios. Abstente del mal. Sé valiente y eso intento abuela, eso intento.

Lo que pasó aquella noche, es tan terrible que está difuso en mi mente, pero una escena me quedó impregnada y aún la siento como si estuviera pasando ahora mismo. Monty tomó mi mano y por fin, tras largos años de compañerismo y amistad, logró olvidar a su antiguo amor y decirme que me amaba, como yo le amaba a él. Nada ni nadie nos podrá separar. Ni humanos ni dioses, sean griegos, celtas o semíticos. Saturno está de nuevo en el Tártaro y el orden celestial se ha recuperado, lo que favorecerá que los pobres humanos, retomemos con calma los tiempos que vendrán.

Y ahora abuela, aun sigo temblando por todo lo ocurrido. No puedo evitar seguir pensando que el desastre a punto de ocurrir fue culpa nuestra, no puedo dejar de pensar que si no fuera por la Sibila y su gran corazón y comprensión, Saturno hubiera llegado a destruir este mundo, esta brecha que quizá la abrimos nosotros. ¿Qué hubiera sido de todos los humanos que habían y faltaban por llegar?

Sé que no voy a volver jamás a casa, sé que siempre me faltarás, añoraré cada instante tus consejos en mis futuras encrucijadas, pero quien sabe? Quizás ese era mi sino? Tendré que lidiar con mis demonios con la única ayuda de mi propia y falible consciencia, pero todo este conocimiento sacro nuestro no lo deis por perdido. Velaré por los nuestros en medida de lo posible. Quisiera que padre negociara con Nemo, (sí abuela, conocí a uno de mi propia estirpe y le rehuí durante toda la noche debido a las sospechas de mi amado) temía que quisiera venganza cuando supiera quien soy. Sólo espero que padre le contrate para formar la escuela que desea. Me arrepiento de no haberle ayudado cuando más lo necesitaba, pero, ahora, intentaré por todos los medios que mi padre le ayude a conseguir una mejor vida de la que ahora tiene. Quizás algún día me atreva a contarle mis orígenes y sólo tal vez podamos rezar juntos.

Ahora sé que mi destino está aquí, ahora pertenezco a este mundo, aunque ni tú ni la tribu estéis conmigo. Aunque penséis que os he abandonado, no es cierto, mi vida está aquí tengo familia nueva. He conseguido tener grandes amigos, cómo Kassandra que desde un principio confió en mi y fue un gran apoyo. Espero que el Augur le conceda pronto su libertad (si no fuera el caso, intentaría convencer a Ático, que pudiera llegar a un acuerdo con su Augur), pues quisiera unirme a ella y aprender sus conocimientos, (cómo ella me propuso) y, por supuesto, enseñarles los míos, ya que demostró en momentos de gran terror ser una mujer fuerte y valiente. Aunque no recemos a los mismo Dioses tenemos las mismas máximas oh! abuela, si hubieras conocido a Kassandra, me entenderías. También hubieras querido que la iniciáramos en nuestras nobles costumbres, pero antes de ello he de arreglar otros deberes: he de hablar con Monty y planear que le vamos a decir a padre. Es un buen hombre, y no quisiéramos dañarle, pero no podemos decirle de dónde venimos. Sólo que entienda que cuando nos encontró estábamos perdidos, y que realmente el afecto que sentíamos era de hermanos. Tenemos pensado hacer un viaje a Grecia y poder demostrar públicamente que no somos hermanos, quizá le digamos que hemos encontrado un documento en que se demuestre que yo era una bastarda de la familia, quien sabe, el tiempo dirá.

Quiero contarte también abuela que aquí he encontrado grandes amigas. A pesar de mis temores iniciales han sabido tener paciencia conmigo. Servilia (una de las amigas de padre) me propuso unirme al culto de Venus, oh abuela! Que sorpresa al ver que estas mujeres aunque públicamente no lo demuestren tienen una gran valentía y poder. Juntas podemos participar en la política y cambiar la sociedad, aunque sea de manera oculta. Debiste haber visto cuando hicimos las votaciones en grupo, en la Villa Atia, cómo los hombres nos miraban sorprendidos. Creo que es un inicio para la liberación de la mujer, que se podría producir mucho más pronto de cómo yo, y tú, lo habíamos vivido.

Hay tantas cosas que deseo hacer en esta nueva vida abuela, quizá ya he cambiado el futuro, y quizás debería usar este conocimiento en evitar todo el mal que se acerca. Vienen tiempos oscuros en la historia de los hombres. Desearía volver alguna vez a Egipto, poder comparar los conocimientos de madre con sus técnicas médicas, y por qué no, ayudar con los avances (Gordiano podría, si quisiera). También podríamos ayudar con sus conocimientos en los avances marinos, aunque aún no podemos decir que la Tierra es redonda. Desearía volver a pasear por la biblioteca de Alejandría (sí abuela, estuve allí) y ayudar a padre a construir la suya, cómo tiene pensado.

Volver a Galia… sí abuela algún día volveré allí, y rezaré para que tu espíritu descanse en paz… y al final de mi vida enterrar estas memorias para que (¿Quién sabe? , quizás con la ayuda de los Dioses ) pueda llegar a manos de uno de los nuestros.

Te añoraré siempre abuela, pero haré que mi nueva vida aquí sea motivo de orgullo para todo los nuestros. He renunciado a tu voz, a tu guía. Pero espero que entiendas que no ha sido fruto de la maldad, o como traición a mi tribu. Siempre añoraré tu voz y sé que mi felicidad nunca será completa, ya que no estarás ya más conmigo. Pero aquí, junto a mi padre y junto a Gordiano, por fin siento que pertenezco a un lugar: junto a ellos.

Te dejo esta carta bajo la piedra de Stonehenge que lleva grabado el símbolo de nuestra familia, aquel betilo al que me llevaste cuando yo tenía 3 años, con la esperanza de poder legarte también las memorias de mi vida, que espero te llenen de orgullo y que logren hacerte comprender el porqué de mi decisión. Dejaré otra copia bajo el Ónfalos de Apolo en Delfos, en un lugar al que los arqueólogos no puedan acceder fácilmente.

Hasta que nos volvamos a encontrar…

Gaia Pomponia Lépida (antes Brigitte de Dón Dé Danann)

Roma, invierno del 50 a. C.

Roma, decadente y triunfadora a la vez bullía más que un día de mercado nundinae. Algo que parecía imposible, pero cierto. Algunos soldados de la XIII estaban acampados en el Campo de Marte, comandados por el recién ascendido a prefecto de la cohorte Lucio Voreno, que giraba nervioso entre sus dedos un medallón de Marte, mientras invocaba a sus dioses preferidos, para que todo saliera bien. Echaba de menos a Pullo, que había obtenido el permiso para acompañar a su general César, que acababa de renunciar a su Imperium y que estaba en alerta, pues había habido mucho movimiento en las bandas urbanas y nadie quería otro Milón.

La comitiva fúnebre, estaba encabezada por Catón, la gens Cassia, Servilia y su apenada hija, ahora viuda y amigos íntimos como el joven Bruto.

Bruto: …Recordando los días pasados en la placentera Villa Atia vienen a mi memoria dulces momentos en compañía de mis mejores amigos y consejeros, pero sin duda también llegan oscuros pensamientos sobre lo que pudo pasar allí pero fuimos capaces de parar a tiempo…

Las discusiones políticas, el ímpetu de Catón, la convicción de Casio…

Sin duda Fortuna quiso que, ya a la entrada de villa Atia, mis ojos vieran un extraño suceso: el esclavo que acompañaba a Metelo delante de mi dejó caer algunos documentos que sin duda portaban el sello de mi venerado tío Catón. Mis sospechas se vieron incrementadas cuando el propio Metelo mintió sobre estos documentos diciéndome que eran unos documentos de su familia, pero obviamente aquellos documentos vetustos no eran tal cosa.

En mi mente no dejaba de dar vueltas como podía recuperar aquellos documentos, que habían sido sustraídos de mi tío (en aquel momento sin saber todavía que eran portadores de malos augurios), así que empecé a urdir mis tramas para conseguirlos. En primer lugar intente acceder a la habitación donde se guardaban los equipajes fingiendo que había extraviado algo de mi propio equipaje, para ello hablé con el desconfiado Octavio pero no me dejaron pasar y el esclavo y Octavio me dieron largas… el segundo intento fue un poco mas descabellado, estaba desesperado y Octavio había redoblado la vigilancia cerca de la estancia de equipajes, así que busqué una posible distracción iniciando un pequeño fuego cerca de la estancia, dio su efecto, pero tras algunas persecuciones francamente divertidas, tampoco conseguí recuperar los documentos. La providencial llegada tardía de Atia dio renovadas esperanzas en mi búsqueda de los documentos, así que de inmediato comenté con Atia el posible latrocinio de los documentos, y al fin pude conseguir el deseado acceso a la sala y ¡oh sorpresa¡ los vetustos documentos revelaron una importante conspiración de los Metelo, que si bien en aquel momento no llegamos a vislumbrar por completo, sí supimos que algo muy grave podía ocurrir. Con la ayuda de la Sibila, Gaia, el Augur y la propia Atia, mandamos a detener a Metelo y Cornelia pero ya era tarde, habían desaparecido (mas tarde me entere que habían sido detenidos por la propia Sibila, por fortuna antes de que acabaran su ritual para traer a Saturno a la Tierra), aun así sin la mayor parte de los materiales necesarios para el ritual, creo haber ayudado a que la convocación fallara.

Fue en ese momento cuando oí aquel grito….aquel grito que aún hoy resuena en mi cabeza y mas ahora, cuando empuño contra mi voluntad esta daga, sin duda para cometer el mas atroz de los crimines, pero necesario para vengar la muerte de mi mas preciado amigo Casio y mi amada republica…. Jamás perdonaré aquella afrenta y el asesinato de Casio…

En aquel momento corrí escaleras abajo para socorrer el grito de mi amigo Casio cuando quiso la fortuna que tropezara en aquellas escaleras malditas y… bueno, ya sabéis como sigue la historia…

Aunque me perdí la derrota de los adoradores de Saturno y las votaciones finales para evitar el triunfo de César, estoy orgulloso de mis acciones aquel día, solo los dioses saben que pudo haber ocurrido aquellos días en Villa Atia…

Tras nuestras peripecias en Villa Atia volvimos al Senado donde vivimos nuestra en parte amarga parcial derrota frente a César, pero los acontecimientos se mueven rápidamente y el fin de la tiranía de César llega a su fin…Dame fuerzas Júpiter¡¡¡

Funeral de Casio: No faltaban al funeral las personas simpatizantes de los optimates, patricios, caballeros e incluso los actores que llevaban los Imaginum de la familia. La música era ahogada por los lamentos de las plañideras.

Cuando apenas acababan de salir de la domus familiar del joven, un nutrido grupo de hombres de luto se acercaron pausadamente y se unieron discretamente al final de la triste comitiva.

Catón, una vez llegado al lugar en donde se incineraría al joven Casio, se adelantó e hizo uno de los discursos más emotivos que jamás se había escuchado en la Urbs. Aludió a las virtudes romanas tradicionales del joven senador, y a su total fidelidad a la República, incluso tras haber sido amenazado de muerte por el fanfarrón de Marco Antonio. La gente, comenzó a vitorearlo a mitad de discurso y el final, solo los más cercanos fueron capaces de escucharlo.

Tras la ceremonia, una figura de elevada estatura, se acercó al orador, secundado por varias figuras, entre las que destacaban las del augur Rufo y la de un legionario.

-César!!Qué desfachatez!!¿Cómo te atreves a venir a esta santa ceremonia?... (Servilia le tomó dulce pero firme de su brazo, instándole a relajarse).

-Tranquilo senador Catón. He venido en son de paz. Ya es hora de dejar el gladius y arreglar la suciedad en casa. No tuvimos tiempo de solucionar los hechos, debido a lo ocurrido al final de la reunión en la Villa de mi sobrina. Pero ahora, con el Genius de Casio descansando en los Campos Elíseos, por fin son los augurios favorables (el augur y él, se miraron y asintieron) y debemos de retomar nuestra conversación. ¡Qué lo traigan!

Pullo se volvió hacia uno de los acompañantes de su general y descubrió la cabeza de Marco Antonio.

-¡Asesino!-Gritó Bruto, mientras su madre le sujetaba rauda, con el único brazo que le quedaba libre.

Catón, sorprendido por no decir algo más fuerte, le miró de arriba abajo.

-Vaya, eres más valiente de lo que pensaba, Antonio. Te imaginaba muy lejos del Pomerium.

-Te sorprenderías, Catón. Tengo mucho más coraje del que jamás te imaginarás y vengo a entregarme, pues he puesto a mi legión, a mi general y a todo el ejército romano en entredicho, por culpa de mi terrible carácter, eufonizado por los vapores de Baco, que aquella noche nublaron mi juicio.

-Bien, pues así sea. Acudamos a los Rostra a solucionar todo esto de una vez y así, seguro que Casio, podrá descansar por fin.

Y con esta frase de Catón, la comitiva volvió hacia el Foro, pero los rumores ahora, eran más fuertes que las lágrimas.

La conversación que hubo entre el general popular y el senador optimate, no fue escuchada por nadie más que por Servilia, que jamás dijo una sola palabra de ello, ni siquiera a su buen amigo Ático. Pero debió de conmover por momentos al optimate, que cabeceaba asintiendo sin darse cuenta. Las consecuencias se verían más adelante.

El juicio de Marco Antonio: El juicio fue rápido. No hubo tiempo para que los planes de los integrantes de las bandas se llevaran a cabo. Además, la presencia de los legionarios en el Campo de Marte, no eran acicate para ellos, que tan bien sabían cuando era momento de retirarse.

El propio Marco Antonio se declaró culpable y César sugirió una dura pena, a la que los jueces no se pudieron negar. Una jugosa multa para la gens Cassia, que pagaría los funerales, dejaría algo a su esposa y mantendría los rezos por su espíritu durante 20 años (unido a la celebración de juegos fúnebres con gladiadores, cosa que satisfizo enormemente a la plebe). Exilio incondicional de 5 años para Marco Antonio y la prohibición de cualquier cargo político, religioso o militar durante ese periodo. La disculpa pública ante la familia y el Senado y la vergüenza popular. Todo ello, calmó los ánimos de la gente y del mismísimo Catón.

A la gente ya no le sorprendió que aparecieran los hermanos Tulio, que habían mantenido un discreto segundo plano, y les ofrecieran charla y una infusión en su casa a los allí reunidos. Catón y César, juntos bajo el techo Cicerón. Impensable pero cierto. La reunión duró hasta bien entrado el día siguiente, pero salieron con una leve sonrisa en el rostro. Los esclavos, sólo oyeron el último comentario de Catón:

-Y ahora que Roma está salvada…Hablemos de mi hermana Servilia.

-Jajaja, todos rieron con sonrisas francas, pues Catón era Catón y nada lo haría cambiar del todo jamás.

-Hablaremos, hablaremos.-Prometió César con una sonrisa melancólica.

Se despediría adecuadamente de ella, en la cita que ya concertaron en Saturnales.

A los pocos días, mientras Antonio marchaba hacia el sur, el Senado se reunió y se votó un senatus consultum ultimum, por el que se concedía al senador Catón, como representante de la virtud romana, la capacidad de presentarse a censor, sin necesidad de tener el consulado. Y además, César y Cicerón, se presentarían en pareja a las próximas candidaturas y Quinto, procedería con la continuación de su cursus honorum. Pompeyo, seguramente sería parte del trato y hablarían con él, para saber el destino militar que deseaba. El mundo político en Roma, se iba calmando…

El programa político de los nuevos aliados, fue sencillo. Vamos a limpiar Roma, junto a Catón. Los jefecillos de bandas y malhechores diversos comenzaron a temblar. Claudio Marcelo, ya en trámites del divorcio de Octavia, había cedido a Nemo a los Julia, a cambio de que le dejaran partir tranquilo, pronto partió a un autoexilio en una de sus villas. Fausto, se fue con él unos meses, para que las cosas volvieran a su cauce, a pesar de sus planes iniciales junto a Ticio. Pero si Catón les hubiera visto disfrutando de unos masajes y baños, regados con buen vino de Falerno y vestidos con tejidos de Cos, hubiera despotricado sobre ellos.

Ciertamente, todos se salieron un poco con la suya, pues Roma estaba limpia y al ver ahora a César con nuevos ojos, pues había cumplido todas y cada una de sus promesas, Catón escuchaba atentamente los cambios que el cónsul César le iba proponiendo de forma gradual. Quinto, como acompañante eterno de su hermano, el nuevo cónsul Cicerón, tomó más fama política que le catapultó en futuras selecciones al consulado. Posca, liberto ya, no dejó la casa de su amo, que tan bien le trató siempre y le ayudó enormemente en su campaña para el consulado. Junto a Lépido, quemaron cualquier documento incriminatorio de la época “pre Saturnales”, a pesar de la voluntad de César, que tras irritarse un poco al conocerlo, sonrió y les tomó del hombro, pensando que era afortunado por contar con aliados como ellos. Lépido, contento por la recuperación del Águila de la Legión, consiguió la pretoría al año siguiente, ayudado por su amigo y general César y su vida, continuó su curso, pero no pudo evitar charlar un rato con, el ahora liberto, Posca, que le preguntó sobre los hechos que vivió de primera mano en Villa Atia.

-Estimado Posca, al principio se respiró un ambiente relativamente ‘tranquilo’ en la casa, bajo mi punto de vista, pero desde el momento en que los Optimates se encerraron durante tanto tiempo a debatir comencé a sospechar que probablemente se podía estar tramando algo en contra de César (aunque sólo eran sospechas).

Gracias ti Posca, pude ir averiguando algún que otro detalle de las conversaciones que ocurrían a puerta cerrada mientras una y otra vez daba instrucciones a Lucio Voreno y Tito Pullo para que fueran averiguando todo lo que pudieran acerca del Águila robada, intentado que a su vez no se levantaran muchas sospechas entre los opositores a César para evitar posibles chantajes hacia él; el Águila era más importante para César de lo que muchos podían pensar.

Por desgracia para nosotros los militares, César andaba muy ocupado como para que pudiéramos hablar con él, pero me tranquilizó el hecho de que gran parte de sus conversaciones fueran entre él y Quinto Cicerón; aparentemente parecía que estaban llegando a algún acuerdo, cosa que me tranquilizaba.

Tuve la oportunidad de poder hablar con Charmión, dama de Cleopatra, la cual me dio a entender que querían conocer ciertos detalles un tanto peliagudos en relación a la organización militar de los ejércitos de César. Estos datos no era posible desvelarlos a menos que mi General diera su consentimiento. El encanto con el que esta misteriosa egipcia dirigía su mirada hacia mí, casi me hace desvelar algún detalle, pero fui fuerte, Posca.

Más adelante, con la intranquilidad de que el Águila no aparecía (después de una gran reprimenda por parte de nuestro General) y porque aún teníamos pocas pistas acerca de su paradero, mantuve una corta pero interesante conversación con Casio y Catón: Tenían en su poder pruebas escritas de los actos ilegales de César junto a Craso, pruebas que harían muy difícil cualquier negociación para que César pudiera entrar en Roma de forma legal. La prueba más contundente la tenía por escrito Casio, y Catón me afirmó que César supuestamente usurpó grandes cantidades del dinero del estado, aunque no tenía una prueba material de estos hechos. Estaba claro que Catón, en su línea, iba a ser un duro opositor a cualquier negociación que pudiera beneficiar lo más mínimo a César.

A partir de este instante me coordiné con Marco Antonio y Calpurnia para arrebatarle a Casio ese documento y hacerlo desaparecer (el documento, no a Casio…). La idea era que alguien que no hubiera hablado con Casio todavía pudiera de nuevo pedirle que le mostrara dichas pruebas escritas y en un descuido arrebatárselas de su mano y destruirlas.

Durante gran parte de la estancia y ante la posibilidad (aparentemente remota) de que César pudiera ser asesinado, solicité en varias ocasiones a Octavio que nos permitiera a los militares ir mínimamente armados, cosa a la que se negó y tuve que entender, puesto que estábamos en su casa. César tampoco estaba de acuerdo en que hubiera el más mínimo gesto de violencia por parte de los militares; también lo tuve que entender con cierta resignación.

Pero después de llegar a mis oídos, por parte tuya y alguna pista de Gordiano, rumores de que Octavio corría peligro, ordené de inmediato que Tito Pullo lo vigilara de cerca para evitar, a modo de guardaespaldas, cualquier hostilidad hacia su persona.

Poco después me informaste de que al parecer Bruto había sido visto con una daga oculta en la toga. Definitivamente decidí, ante la negativa de Octavio a permitirnos acceder a las armas y sabiendo que Bruto poseía una, que ninguno de los militares perdiéramos ojo de César. Finalmente y viendo que en varias ocasiones Lucio Voreno estaba algo “distraído” como para prestarle atención al General aposté por ser yo el propio guardaespaldas del General, cosa que podría molestarle en la intimidad, pero las circunstancias a esas alturas no permitían muchos despistes por mi parte.

Me mantuve muy al tanto de los movimientos alrededor de la casa y no perdí de vista al General. Durante una de sus conversaciones con la reina Cleopatra y manteniéndome en la oscuridad pude ver como Lucio Voreno se acercaba raudo hacia nosotros. Fue aproximándose y él podía ver a César claramente, puesto que la luz incidía sobre él a través de una de las antorchas exteriores de la casa. Cuando vi que estaba lo suficientemente cerca para haberse presentado ante el General y no hacerlo, tuve que llamarle la atención, momento en el cual Voreno se detuvo aparentemente sorprendido; le pregunté qué ocurría y que porqué venía hacia nosotros con esa actitud tan rara y me respondió que estaban ocurriendo cosas extrañas fuera de la casa: Cecilio Metelo y su hija Cornelia de alguna manera se habían quedado petrificados.

Fuimos hacia el lugar que nos indicó Voreno, puesto que César estaba interesado en esta extraña situación que no entendíamos. Personalmente no entendía que podía estar ocurriendo en esos momentos; ¡era cosa de los dioses!

Permanecí inmutable, de nuevo haciendo guardia y vigilando a César, puesto que la situación en la casa se volvió si cabe más tensa y confusa. Pero ocurrió otro suceso que todavía produjo más tensión entre los invitados: la muerte de Casio. Yo sabía quién podría haber sido el responsable y las acusaciones hacia Marco Antonio me alteraron bastante, ya que este hecho podría haber perjudicado enormemente a César, al ser tan cercano a él. Los optimates acusaron con unas supuestas pruebas a Antonio, pero eran eso, supuestas pruebas.

El ambiente estaba muy caldeado y Catón estaba dispuesto con todas sus fuerzas a que este hecho no quedara impune. Tras una discusión monumental entre César y Catón, éste no pudo demostrar de ninguna manera sus acusaciones hacia Marco Antonio, aún a pesar de que mi commiliton habría partido lejos, cosa que hizo sospechar aún más de él.

Tras la el pacto en el Senado, César quería encaminarme a dirigir las legiones Romanas cercanas a Egipto, puesto que está fascinado por los secretos de estas enigmáticas tierras (estoy convencido de que el General ha establecido un fuerte vínculo con la reina Cleopatra…). Pero no debo de olvidar mi campaña a pretor para el siguiente año, y nos conviene tener un juez en nuestro bando. Me hubiera gustado estar un tiempo alejado de las tensiones en Roma y encontrar cierta tranquilidad en esas tierras, donde de nuevo hubiera podido volver a tener la oportunidad de conversar con aquella misteriosa mujer: Charmión.

-Qué historia tan interesante, señor…

-A partir de ahora, eres un hombre libre, Posca. Simplemente, llámame Lépido y si hay suerte, el año que viene, pretor Lépido!!

Domicio partió hacia los Alpes, a dirigir las legiones de las Galias. Siguiendo los designios del Senado, disgregó algunas legiones, asignándoles puestos estratégicos, para el control de los nuevos territorios y dejó tres legiones a las que dirigió contra rebeliones puntuales. Pronto, partiría hacia Germania o Britannia, retos para Roma, pero confiaba en su saber hacer para conquistarlas.

Calpurnia, desengañada por el divorcio de César, decidió convertirse en sacerdotisa de Venus y partió hacia el sur, en donde entró en un templo en Cumas, un lugar privilegiado que tenía cerca unas playas maravillosas, en donde encontró el amor con un magistrado local. Por fin sonreía feliz, indiferente ante el hecho de no poder tener hijos, puesto que su actual esposo, ya tenía 3 varones de un matrimonio anterior y no necesitaba más hijos. Jamás volvió a Roma, pero tampoco la echó de menos.

Bruto, poco a poco fue olvidando a su amigo Casio, pues incluso su tío le demostró lo beneficiosa que era la nueva alianza con el general “reformado”, ahora cónsul en Roma. Terminó su formación y continuó elevándose en el cursus honorum y cuando por fin compró su domus, recordó con añoranza a Casio, que tenía el mismo objetivo que él. Sólo una cosa le consolaba: Ahora, seguro que Casio yace en los Campos Elíseos, no hay mejor domus.

Atia, Octavio y Octavia, unidos ahora al cónsul del año, no podían estar más contentos con lo ocurrido en la reunión en la Villa. Octavio se estaba formando como un gran hombre y antes de que su tío abuelo terminara su consulado, sería togado como hombre. Los consejos de Quinto y Marco Cicerón le fueron de gran ayuda y trabó gran amistad con Mesala Rufo, con gran alegría de su padre, que ahora, por fin estaba plenamente feliz. Pompeyo, comenzó a apreciar las bondades de su nueva esposa, a la que llevaba siempre del brazo y junto a César, amigo de nuevo, soñaban con Germania y sus tesoros.

Sólo había un personaje que caminaba cabizbajo junto al general, pues echaba de menos a su amigo y a la vez, Némesis: Lucio Voreno. Pero su esposa y sus hijos, le hicieron olvidar pronto sus cuitas.

En cambio, Metelo, no estaba triste. Estaba orgulloso de su hija y visitaba puntualmente (cada mes y las fiestas oficiales) el mausoleo que erigió en su honor, pero también en Saturnales. Jamás olvidaría lo que hizo por su dignitas y por su Dios.

Servilia, liada con la boda de su única hija, no echó demasiado de menos a César y aunque sus encuentros tuvieron que ser esporádicos, nada pudo separarlos definitivamente.

César tuvo que divorciarse, pues su mujer no le dio hijos y en su siguiente boda, se juntó lo mejor y lo peor de la sociedad romana. Algo inaudito hasta el momento. La pregunta es…¿Quién fue la afortunada?

Sólo la Sibila lo sabe.

Al sur de Roma, en el puerto de Brindisium, algunos días después:

Charmión, durante el camino hacia el puerto, le fue comentando a su contacto de “Los que velan por el bienestar de la Tierra Negra” las anécdotas más relevantes ocurridas en la Villa romana: “…una de ellas es la propuesta que le hice al gladiador Nemo (en nombre de Su Majestad La Reina Cleopatra VII Filopátor Nea Thea, como todas las propuestas que hice) de que fuera miembro de la guardia personal de La Reina en Egipto si conseguía ganar el combate por el que sería liberado por el Cónsul; él a su vez se ofreció para dar un espectáculo de lucha de gladiadores en Egipto en honor de Su Majestad. La Reina aceptó encantada este ofrecimiento. Todo quedó simplemente en propuesta puesto que no se volvió a hablar del asunto y no llegó a mis oídos que Nemo fuera liberado, pero nuestro eficiente servicio secreto, pronto nos pondrá al día.

Otro suceso que aconteció fue con Mecenas, le hablé de que Cleopatra estaba interesada en decorar La Biblioteca de Alejandría con obras de arte y que si él podía proporcionárselas; me dijo que hablaría con ella puesto que le interesaba algo de Egipto y lo podía negociar con algunos mármoles y lienzos de su propiedad. También le pregunté por su desarrollo de un tipo de escritura abreviada, no quiso revelarme nada y desvió la respuesta diciendo que no era él el experto en el tema. Será interesante el saber quién lo es en realidad, pues nuestros escribas celebrarían el poder escribir en un lenguaje más abreviado aún que el hierático o el demótico, aunque yo, sigo prefiriendo la Sagrada Lengua…

En otra ocasión me quedé a solas con Lépido y le pregunté por la organización del ejército romano (uno de mis objetivos era saber cómo eran los romanos para poder combatirlos, en caso de entrar en batalla con ellos), él, nervioso por la importancia de mi pregunta, me dijo que lo tenía que consultar con César y más tarde me enteré de que éste le contestó: “interesante....no le digas nada”. Es normal que no quieran revelarnos sus tácticas, pero para eso, ya tenemos hombres entre sus filas…

Pude conversar también con la Sibila, pero solo pude obtener de ella una invitación para visitarla en sus tierras y que ella viniera a visitarnos a Egipto; intenté intercambiar conocimientos de magia, pero no hubo forma de que me contara nada. No solo son reservados los romanos…sino también los griegos.

El objetivo que tenía de averiguar cómo estaba el culto de Isis en Roma no pude cumplirlo por entero, la mayoría de las mujeres se mostraban desconfiadas al hablar conmigo (Servilia, sin ir más lejos, me dejó con la palabra en la boca y se fue con su hijo Bruto) y hasta el mismísimo augur Rufo Mesala me contestaba con evasivas; pude averiguar por ciertas personas que el augur estaba malmetiendo contra Cleopatra y contra mí, pero nada más allá del mero recelo al extranjero, no deis cuenta de él.

Mi principal objetivo (que Egipto continúe siendo una tierra libre y que no quedara sometida a Roma) incluía el vigilar a Cleopatra para que no vendiera nuestro pueblo a los romanos; si esto hubiese ocurrido, hubiera cumplido con mi promesa de ejecutar a Su Majestad, con el veneno de un áspid que portaba en mi equipaje y luego recurrir al ejército del que disponemos en Egipto con 10.000 hombres, parte importante de nuestra sagrada sociedad secreta, para poder defendernos del ansioso pueblo romano. Afortunadamente, Su Majestad Cleopatra demostró la más absoluta fidelidad al pueblo egipcio y no hubo que recurrir al asesinato, es más le ofrecí la ayuda de recursos de los que disponía tales como el oro y la influencia para el voto que me aportaban “Los que velan”. Además, tiene planeado abrir una audiencia mensual para el pueblo llano. Quierer saber lo que opina el pequeño campesino que lucha contra la adversidad y las injusticias. Me parece una iniciativa loable y que la acercará aún más al pueblo, que tanto amamos.

También quisiera destacar que encontramos Su Majestad y yo en la persona de Ático, un gran aliado y suponemos también un gran amigo, el cual nos prestó toda su atención y apoyo. Nos quiso ayudar en el asunto del pergamino, pero no pudo porque le fue sustraído. Ahora, nos acompañará en nuestro viaje y vosotros mismos podréis conocerlo y valorarlo como posible tutor de Egipto.

Finalizaré el relato de mi informe con uno que desencadenó en aumentar más la desconfianza hacia la persona de La Reina y hacia la mía, pero que no deja de tener su gracia; entre mis cualidades ocultas, sabéis que está la magia de Isis, y quise poner en práctica un conjuro por el cual se podía hacer que una persona dijera la verdad contestando a unas preguntas de las que no era consciente. Quería interrogar a Quinto Tulio Cicerón, puesto que había indicios de que había sido él el que había ordenado robar un documento de vital importancia para Egipto en la casa de Ático. Para poder llevar a cabo el conjuro, Quinto debía beber de un vaso que contenía una pócima, para ello me dispuse a llevar 2 vasos de vino (uno con la pócima y otro sin ella) al lugar donde estaban conversando Cleopatra y él; Quinto no quiso beber alegando problemas de estómago (aunque realmente era porque pensaba que le quería envenenar) y Su Majestad intentó obligarlo a beber, éste creyó que le iba a tirar el vaso encima y reaccionó dándole un manotazo y derramando el vino sobre mi vestido. Luego supimos que Quinto iba diciendo que Cleopatra y yo íbamos por ahí intentando envenenar a la gente, cosa que no era cierta.

Por otro lado está el acuerdo firmado entre Su Majestad La Reina Cleopatra y Quinto Tulio Cicerón, éste garantiza el apoyo a la regencia de La Reina en Egipto y la obtención del pergamino (posible testamento del Rey Ptolomeo Alejandro II) que tanto ansiamos, ya que si saliera a la luz sería la perdición de nuestra tierra, a cambio de 200 talentos de oro y la cesión de ciertas propiedades en usufructo. La cuestión es que si el pergamino resultara falso, sería lo de menos, puesto que interesaría más su apoyo que romper el acuerdo. Explicaré esto último: los términos del acuerdo, para ser respetados, exigían la veracidad del documento entregado, pero aún demostrándose que fuera falso, a Egipto no le convendría no tener apoyos en Roma pues nada les impediría invadirlo.

Mi última conclusión es acerca del culto de La Gran Madre Isis en Roma, no habiendo averiguado mucho al respecto, sé que se la equipara con Venus y que tiene un templo dedicado a ella en el Monte Capitolino y curiosamente se la adora también en el altar de lares de nuestra anfitriona, Atia, pues había una figura representando a nuestra Madre Isis, deduzco que ella también la veneraba, así como sus allegados. Si César llegara al poder con Cicerón, nos sería beneficioso tanto a nivel religioso como político.

Y este es todo mi informe. Espero haber podido cumplir bien mis objetivos, tan importantes para Egipto.”

-Muy bien, Dama Charmión. Pasaré su detallado informe a nuestros superiores, alegando que de momento, nuestra patria parece segura, pero habrá que esperar a la siguiente aparición de Sirio, cuando los romanos elijan nuevos gobernantes. Así, comprobaremos por dónde irá el cauce político de Roma y si es necesario mantener al ejército o dejarlos en reserva. Ha cumplido su trabajo de manera excepcional y será honrada por nuestro pueblo. Ahora, ya podemos dejar que Cleopatra se case con su hermano y fijarnos un poco en nuestros problemas internos. Que Khepri nos ilumine siempre y Nilo sea fructífero.

-Que así sea mientras Isis nos proteja!!

A los pocos días, en el mismo puerto de Brindisium en donde terminaba la escena anterior, en la parte más meridional de la península, sucedía una curiosa escena en el puerto. La flota Real egipcia, bullía de actividad frenética, disponiéndose a partir, cuando su reina alertada por algún mensajero, subió a cubierta y desde allí, saludó con la mano a una polvorienta comitiva, que se acerba a toda prisa. Los cascos de los caballos, formaron tal polvareda que, hasta que no pasaron unos minutos quietos, junto a la pasarela que les aguardaba tan impaciente como sus dueñas, no pudieron reconocerse los rostros de Marco Antonio, sospechosamente alegre tras haber recibido tan duro castigo en Roma y a su lado, Tito Pullo, que había despilfarrado sus ganancias de las Galias en pocos días y decidió acompañar a su capitán, curioso ante la “cultura” egipcia tras ver las sensuales danzas de las damas orientales.

Allí, salió a recibirles Mecenas, que había aprovechado el viaje de la reina Cleopatra, para acudir con ella a cerrar definitivamente un pacto sobre unos territorios muy jugosos para el coleccionista. Les saludó efusivamente, contento de tener a hombres romanos entre el pasaje y subieron la pasarela ansiosos de saludar a sus anfitrionas en la travesía. También salió a escena Ático, que acudiría unos meses a Alejandría y a la corte egipcia, para vigilar la boda Real. Posiblemente, se convertiría en el tutor legal de Roma, pues aunque no era un político, todo el mundo confiaba en él y sabrían que haría bien su papel.

La reina hizo una pequeña inclinación de su cabeza tocada con el Ureus, símbolo de su poder, mientras que Antonio, se humilló a sus pies, con mirada arrobada.

-No deseaba otra cosa que ver de nuevo como amanece, cuando abres tus ojos, bella reina. A pesar del dolor de ser cegado por ellos, el placer es mayor. (Y girando su rostro) Salud, Dama Charmión. Que los dioses sean contigo.

-Estimado Antonio, levanta ya. Hemos paseado juntos a la luz de la luna y ahora, vamos a compartir un largo viaje y una indeterminada estancia en mi país. Dejémonos de formalidades y ven a compartir un refrigerio junto a nosotras y a Mecenas.

-Por supuesto, mi Reina!!

Y el aguerrido soldado, se atrevió a tomar suavemente del brazo a la reina y aunque todos en el barco aguantaron la respiración, en espera de una reacción, ella, siguió andando como si nada mientras sostenía a Antonio.

Pullo le guiñó un ojo a la atónita Charmión y agarró del hombro amistosamente a Mecenas y a Ático, que se tambalearon ante la efusividad del legionario.

Se levaron las anclas y se hincharon las velas, con el viento de febrero, pero anunciando un día casi primaveral. Un nuevo futuro se abría ante ellos.

Cleopatra sería ayudada por estos hombres a librarse de los conspiradores que manipulaban a su hermano, se casaría con él y por fin, podría hacer lo que tanto tiempo había esperado: Devolver a Egipto la preeminencia debida, escuchando los sabios consejos de su pueblo en audiencias reales y poniendo a Roma en su sitio. A cambio, ellos, pasaron los años más felices de sus vidas.

Varios años después, en una villa cercana a Roma:

La escena es curiosa. Un joven fortachón, de unos 16 años, maneja con poco tino una pluma barata y un pergamino en blanco, que va poco a poco sembrando de signos incomprensibles para el anciano que le mira, asombrado por los secretos de la escritura. A medida que le va dictando al joven, imagina que esas filas de trazos oscuros, son filas de la legión que tantas alegrías y penas le dio antaño. Y su narración, se hace más pausada y melancólica.

Nunca os negué, hijos míos, que la vida ha sido muy dura, que he trabajado mucho para conseguir lo que hoy tenéis.

Ya soy muy mayor y no creo que Marte impida durante más tiempo que los hilos de mi vida se rompan para bajar al inframundo a reunirme con todos los que asesiné, en la guerra o en el día a día.

No quiero que nadie sienta pena por mí, tampoco quiero que nadie piense que me arrepiento de lo que hice, lo que hice, hecho está y arrepentirse no lo va a solucionar.

Siempre os contaba las anécdotas y pormenores de las batallas que vivimos Lucio y yo, os hablé de Gordiano y Gaia, buenos amigos a los que vuestra madre llegó a conocer antes de que perdiéramos el contacto, ya sabéis la vida de los nobles no va ligada con la del pueblo llano. También os conté el respeto que le tenía a César, General de la XIII Legión, victoriosa de las batallas de las Galias, del cual conocéis la historia de su vida.

Pues precisamente él fue quien me concedió gran parte de lo que hoy veis cuando miráis hacia el oeste.

Todo empezó al terminar la guerra en las Galias, tras la batalla de Alesia, por fin regresábamos a Roma, pero lejos de recibirnos como a héroes, se nos trataba como a delincuentes, esos senadores que solamente saben hablar durante horas sin solucionar los problemas reales de la población, esos que se alimentan en exceso mientras el pueblo, ciudadanos de Roma, se muere de hambre por las calles, esos que se atrevían a criticar lo que las legiones hacían por La República, en lugar de ver que construíamos la muralla de la tranquilidad que les permitía dormir seguros cada noche.

Debido a estos pormenores, Atia, sobrina de César decidió hacer una cena recepción en su casa de las afueras. Todos estábamos muy nerviosos, de esta cena saldríamos licenciados y con dinero o tendríamos el honor de entrar junto a César, en Roma para reclamar lo que nos correspondía por derecho. A mí sobre todo, la desaparición del Águila de la XIII, era lo que me preocupaba, mi meta principal para recuperar la confianza de mis superiores y por supuesto de César.

Indagamos, buscamos, preguntamos sobre el águila, y al final la fue a encontrar el pequeño Octavio, que cumpliendo con su promesa le hizo saber al César que el hallazgo no solo era cosa de él, que el Legionario Tito Pullo, prestó sus servicios al máximo para que esto sucediera. De aquella reunión salí contento, pero como había derrochado mis ganancias en las Galias, le hice un último favor al general. Acompañé durante un tiempo a Marco Antonio en Egipto, durante su exilio, en donde vi maravillas imposibles de contar y tras este tiempo, volví de nuevo a Roma con una bella esposa egipcia, tierras, una casa y algunos sirvientes, y por supuesto el honor de licenciarme como Centurión. El dinero en metálico, me lo dio Lucio, sí, el tío Lucio, que me tuvo arrestado por unas pequeñas discrepancias en la forma de combatir, antes de dicha reunión. Al tiempo, me enteré que fue el último favor que me hizo Antonio, al que ayudé con un feo asuntillo. De allí salí con suficiente capital como para empezar una nueva vida lejos de las guerras.

Algunos negocios se quedaron en el aire, ya que no llegamos a formalizar nada, había un gran gladiador llamado Nemo, que en un principio tras su victoria número 100 sería liberado, en ese momento montaríamos una escuela de gladiadores, pero eso nunca sucedió ya que no consiguió su victoria aquella noche, pero por lo visto, Atia, muy inteligente para ser mujer, consiguió que el cónsul se lo vendiera y al poco tiempo, lo liberó, como parte de la ceremonia de las siguientes Saturnalia, lo que aumentó aún más la fama de los Julios. Lo cierto, es que aquella noche, se decidió el futuro de todos los que estuvieron en aquella reunión.

Aquella noche se tomaron decisiones muy importantes, ya sabéis que a mi la política nunca me ha interesado, y tomar decisiones con el diálogo, cuando las puedes tomar con las espadas, me parecen una pérdida de tiempo.

César negoció, y las legiones desaparecieron, creo que debería de haber entrado en Roma acompañado de sus oficiales y toda la decimotercera vigilando su espalda, pero bueno decidió no derramar más sangre para firmar un trato, que a mi entender no le convenía.

Poco después, cuando ya estaba instalado en lo que hoy llamáis hogar, conocía vuestra madre, una bella mujer que supo hacer de mí una buena persona, y me convenció para que aparcara mi espada definitivamente, aunque me he desfogado mucho cuando os entrenaba para vuestro servicio militar y creo que os he enseñado todos mis trucos y técnicas.

Pero mi mayor secreto lo he guardado celosamente temiendo que alguien pudiera delatarme y que eso me hiciera perder mi condición de ciudadano, nunca os he hablado de mi infancia, ni de los abuelos, eso es debido a la marca que llevo en el brazo. Sí, hoy solamente es una cicatriz, pero debajo de esa marca se esconden las iniciales del señor al que pertenecíamos todos, mis padres, mis hermanos y yo. Si hijos, yo nací esclavo, pero la diosa Fortuna quiso que mi vida cambiara y hoy seamos lo que somos.

Ahora en mi lecho de muerte tenía que contárselo a las personas que más quiero, de manera que empezaré por la manera en que mi padre consiguió ahorrar para pagar mi libertad…

El joven, aunque sorprendido, siguió copiando, pues tenía que mandar una copia de la carta a sus hermanos, repartidos por todos los lugares de Roma. Una a Egipto, en donde su hermana mayor, aprendía los secretos de Isis, junto a Charmión, una reputada sacerdotisa, consejera de la Reina Cleopatra, de la que se decía, que nadie sabía su edad real, pues su rostro no cambiaba con los años, sino para embellecerse más.

La otra, iría a Britannia, una lejana y reciente posesión de la República, en donde su hermano mayor, peleaba con las legiones, por aumentar los territorios romanos.

La última, iría hacia Asia, en donde su hermano mediano, estaba estudiando griego y retórica, pues no le iba la espada. Una pequeña espinita para su padre, pero en el fondo, se enorgullecía de él.

Además, tenía que terminar con el testamento y llevárselo a las Vestales. Estaba muy nervioso, pues César, Pontifex Maximus, vivía en la domus pública adosada y la posibilidad de cruzárselo era muy grande. Le admiraba, pues las batallitas que le contaba su padre sobre el gran general, aún estaban vivas en su mente. Pocos podían imaginar que ese hombre, hoy calvo y algo chepado, fue el gran general que conquistó las tres Galias y que siguió luchando con Pompeyo, por el dominio de Britannia y de Germania.

Consiguió cambiar incluso el calendario sagrado, arreglar el foro y convertir a Roma en más esplendorosa de lo que era antaño. Nadie pensaba que sus diferencias con el que hoy día era Princeps Senatus Honorario, Catón, se arreglarían en una reunión, en la que su padre, un mero esclavo, había conseguido colarse. Lo malo es que la tendencia a exagerar de su padre, le impedía creerse todas las maravillas que le contaba su padre, tanto de César, como de la reunión en Villa Atia, como las apariciones del Inframundo (sobre todo, esto era increíble) y muchas otras historias más que ocurrieron después.

Pero cuando vio a César con una comitiva de tres vestales y un líctor, entrar por la puerta de su propia casa, mientras terminaba de redactar las últimas voluntades de su padre…Todo se le hizo un poco más real.

Se saludaron como si fueran aún legionario y general, de forma militar y luego, con un campechano abrazo. Pullo, estaba extrañado, pero había conseguido alzarse del triclinium, en el que descansaba hacía días.

-Querido Pullo (el joven se sorprendió al oírlo hablar tan cerca y al oír su voz, comenzó a entender porqué todo el mundo le escuchaba siempre).- Me han dicho que estás enfermo y hoy, tu hijo Cayo no ha acudido a sus clases. Me preguntaba si acogerías en tu casa a un viejo amigo, que viene de visita y a contarle a su hijo, el porqué de su nombre.

-Por supuesto, mi gen…esto, Pontifex. El honor de la visita me supera.

La velada fue estupenda. César venía a ofrecerse a mi padre para organizar la festividad de mi mayoría de edad. Ya que mi padre me había puesto su nombre y César sabía que había sido en su honor, deseaba hacerme de patrón y tutelarme en persona. Mi padre y yo, nos miramos asombrados y felices. Poco más podría haber alegrado a mi difunta madre, que esperaba paciente en el mundus a mi padre, para que no se perdiera en el Camino Final y ayudarle en el juicio de los dioses en los que ella creía.

Contaron mil historias y descubrí, que mi padre no exageraba nada (o que César era aún más exagerado que él…nunca lo sabré). La mirada de respeto y veneración hacia mi padre, aumentó tras ese día, aunque siempre lo había admirado.

Las propias Vestales recogieron el testamento y se encargarían de gestionar las cartas para mis amados hermanos. También, dejaron una figurilla de Venus en el Larario de casa, quizá como ofrenda, aunque una de nuestras sirvientas (padre nunca consintió en tener esclavos y ahora, sé porqué) la limpiaba con pasión en cuanto se fueron…nunca lo llegué a entender, pues estaba limpia…Cosas de mujeres.